Atrapé tu boca y tu risa en la
jungla de rostros que asolan mis noches de erótico espía, en esos secretos
lugares donde sacio mis pequeñas perversiones de vicioso voyerista. Reconocí
tus labios, tu sonrisa clara, tus pómulos sonrojados, y desde el fondo de la
ciénaga de los deseos surgió la hembra imaginaria. Ahora me perteneces, a ti en
ella irán las voces, las palabras, los versos, y las ansias de tu cuerpo y tu
alma. Ya no puedes escapar, poseo tu reflejo y en él tu laberinto. Fue al lado
del granado herido de muerte por el otoño y el mágico circulo de piedras
rodeado de ligustrinas. Allí se consumó un rito que se inició con anteriores
palabras que destilaron las imágenes del fuego del templo. Y después hubo un
agua elemental presionando jugando sobre un carnal capullo encendido. Y su goce
solitario fluyó misteriosamente como un reguero de fuego hasta el bosque
caluroso, incendiándolo, arrasando la voluntad rendida en ese quieto ámbito
vegetal. El ardiente sol fue acá la mímesis de aquella agua quemante. Una voz
en llamas cayó sobre la carne erecta y entre el granado y las ligustrinas se
vino el goce de la densa y ansiada consumación. Y así fue que tus íntimos jugos
y mi espesa semilla se esparcieron, aquellos por el agua que besó tu cuerpo
hasta el mar que te atrapa y esta en la tierra reseca a la espera de la lluvia.
Hemos pecado, la complicidad ha sellado el segundo pacto.
martes, 24 de marzo de 2015
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