sábado, 28 de marzo de 2015

PENULTIMA POSESION


(Segunda constancia)

“Todavía me pregunto cómo no pude hallar las palabras claves para rozar… para rozar todo aquello que te provoca, para tocar todo aquello que te excita”. Lucideces.

Rayas de colores, anaranjadas, celestes de cielos, verdes y grises y sombras, negro difuso el muro infranqueable que oculta la tibia comba de tu pubis y la olorosa persistencia de tu vulva húmeda en mi memoria, en los sabores recobrados, la lúbrica extensión de tus piernas cruzadas sobre el lecho, la ingenua y tierna perversidad de tus muslos, y de ahí el salto al abismo de tu rodilla, a tu pie y sus granates. Vago erecto por la mórbida invocación de tus piernas y muslos, por su convergencia en la vúlvica comarca, por las suaves curvas que lo dibujan en el grato sosiego de paloma dormida, las manchitas quietas, un perfume de hembra que se sabe expuesta a la lujuriosa mirada, provocativa en sus íntimas fantasías, limitada en sus propias negaciones, marcas cicatrices tatuajes de un pasado oscuro como túnel, rastros de otras manos ardiendo en esa misma piel desvergonzada y descarada, borradas a lamidos y manoseos para dejarte limpia, pura, casi virgen para así abusarte bajo el delirio de un sexo desenfrenado, penetrarte lento entre procaces susurros, morderte hasta el gritito hundido en la almohada, la lengua invadiendo tu flor abierta con descaro, el dedo hurgando delicado la otra flor en tu sur temeroso, insertarte con la profana vehemencia del potro invadido por tu aroma de yegua en celo. Dejarte tendida acesando laxa cansada y saciada, envuelta en los sudores de la cópula buscando una salida a los últimos estertores del orgasmo, la boca reseca, los puños apretados y los ojos cerrados, estilando la lechosa miel de mi verga.


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