“No las damas, amor, no gentilezas de caballeros canto enamorados; ni
las muestras, regalos y ternezas de amorosos efectos y cuidados”. La Araucana,
Alonso de Ercilla, 1569
Solo soy un solitario buscador de
afectos sexuales, un explorador extraviado para siempre en los cuerpos desnudos
de sus amantes, allí en las extensas praderas virtuales donde todo tiende a ser
mentira, lo es o lo será, donde la lealtad no es moneda de cambio y donde se
juegan secretos juegos de pervertidas fantasías obscenas e irreverentes que no suceden
en la burda virtualidad real. Antes, en la selva gozadora de los alegres años
del estío, fui cazador embozado, víctima o victimario, no importaba, solo el
deleite del estremecimiento ancestral de la caza, el acecho, el sabor de la
carne viva y humeando, los sabrosos jugos de la presa atrapada escanciados en
un lecho de sedas ajenas. No soy un mero o vulgar acosador obsesivo, sino un tímido
maldito seductor por el verbo incitante y la palabra barroca inmerso en ese
universo virtual que es como el mundo de los sueños donde todo puede ser pero nada
es. Un tierno predador de hembras solitarias vacías desengañadas esperando con
ojos mustios y cansados un sultán azul sobre un blanco corcel, no sangrientas
contiendas, aunque alguna vez las lunas traicionaron, sino densos fluidos
vaginales en el humedal de las vulvas deseadas perseguidas alcanzadas. No he
buscado la hermosura de un rostro inolvidable, cuerpo perfecto, curvas
impecables, tersuras de piel angelical, senos hechos a mano, pero que no excitan
la mente lujuriosa y por ende el cuerpo expectante, sino, la dulce miel de la
quieta madurez, el cuerpo real, con mórbidos rollitos, pliegues etários, cicatrices,
pechos caídos, blanduras, estrías y expresivas arrugas en el rostro
entristecido por los malos inviernos, esa desnudez imperfecta pero veramente
real que es lo me enciende. Sabido es, y he aprendido, que demasiada perfección
anula el erotismo pues vuelve irreal, imposible, cualquier desbocada imaginación.
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