Sé que eres tan pudorosa que ni
siquiera te atreves ni a imaginar, pero te voy a liberar de tus perturbadores
demonios aunque después otros machos todavía desconocidos cosechen en ti mi
siembra. Porque ardes en el mismo fuego que me quema, que me consume noche a
noche hasta la ceniza entre las arenosas sabanas del insomnio. Estás sedienta
de la misma la sed de carne viva que reseca mi boca en la oscura soledad. Tu
hambre de morder hasta saciar los instintos es la misma que me lleva tras tu
rastro. Compartimos el fuego, la sed, el hambre, los desbordes inusitados de la
pasión y la complicidad de nuestras desesperaciones. Coqueteamos urgiendo las
palabras para digan lo que no dicen sabiendo que dicen en secreto a dos voces
los obscenos deseos entre susurros inentendibles de un idioma codificado hasta
la irrisión. Nos sabemos los cuerpos y los quejidos, los tactos en la piel del
otro, los sabores y los aromas, las cicatrices, las marcas las manchas y los
lunares, nos sabemos enviciados en esta conspiración de sexo transparente, de erotismo
contenido y a la vez pervertido porque no se consuma más que en la misteriosa
concavidad de la noche del silencio. Te vienes cuatro veces sexteando sobre
intenso celeste de cielo, de lagunas escondidas, de geológica anilina de
crisocolas o turquesas, de negro tu pubis cubierto y arriba vestida de una
trama blanquinegra que sube por tu estomago negando piel y ombligo, las uñitas
de tu pies en sus rojos granates y un lejano horizonte de suave verde claro, te
vienes de piernas cruzadas, juntas, apretadas, inviolables, tendida sobre otro
lecho, exultante en la luminosidad mórbida de tus muslos pálidos y tibios, te vienes
cuatro veces deseada, púdica, quieta, silenciosa, sin dejar ver por soberbio recato
o reprimida intención esa húmeda intersección donde habita la flor mariposa de
tu sexo oloroso a gloriosas tardes en las ardientes alturas de los campanarios
de la lujuria.
martes, 24 de marzo de 2015
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