Huía yo por tu cuerpo hacia abajo
buscando ávido en las rosadas orillas de tu vulva el ácido perfume de unas
rosas trepadoras rojas y nocturnas allá en el jardín de las penas ligeras, pero
fui encontrando los aromas de sudores e inciensos de tu mórbida piel deshojada
pétalo a pétalo por la vehemencia de mis besos, y se me fue olvidando la brisa azucarada
que nace de tu boca embriagando los sentidos del centauro, tu aliento de menta
socavando los ángulos más agudos del deseo, el olor a lujuria de tus pestañas o
tus uñas, la esencia concentrada del aleteo sexual de tus parpados, el aire
obsceno que respiro en la tibia exhalación de tus axilas, encontré un vaho caliente
quebrando la resiliencia de tu imposibilidad verbal, de tus carnes desnudas
sobre el lecho, la exhalación inquietante de tu sexo florecido, el hálito estremecedor
de hembra en celo, la olorosa persistencia perfumada de tu sexo, ese olor dulce
y ligeramente acre, y hundí mi nariz olfateando pervertido en tus ingles buscando
el aroma de las incitantes feromonas que brotaban de tus poros sajando la
noche, abriéndola como la corola de una rosa dormida, esas esencias marinas de
peces atrapados, mariscos abiertos y algas enredadas en las espumas que trajo
el plenilunio, suaves o intensas según sean los designios de la luna y sus lascivas
provocaciones, olí extasiado la íntima mezcla de licores de tu vulva y tu vagina,
copa y vertiente, esa fragancia pura y sagrada, genital, que huele a flujos, a
humedad, a mujer, a ti.
domingo, 1 de marzo de 2015
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