“Te brindas voluptuosa e impudente, y se antoja tu cuerpo soberano”.
Caro Victrix, Efrén Rebolledo, 1916.
Ebúrneos, pálidos, marmóreos, tus
muslos se solazan en su brioso exhibicionismo repartido en un ansiado tríptico de
tentadoras visiones, que me dejan allí inserto atrapado en esa uve de vocal
veneración vulva y vendimia, en ese ángulo que se abre a los fálicos
requerimientos y se cierra por las furias tormentosas de los celos. Recostada
sobre el verde prado con florcitas del edredón impasible expuesta a mis ojos
que se urgen en penitencias derramadas sobre ese límite infranqueable que
aflora en el margen como el piloso horizonte por donde debiera amanecer la
negada vulva esperada, para ella mi boca guarda los gloriosos orgasmos de las
tardes venideras, cuando vuelvan las lloviznas a decretar impuros atardeceres con olor a mar
lejano, tabaco y hierbabuena. En esos ralos y negros vellos rastrojearé los
frutos y los fuegos desesperantes del erótico raleo, los humos y las brasas, la
consistencia escurridiza de la pequeña carnalidad de tu clítoris que ahora
lingual y voraz afano imaginario. Sentada en negro cuero, dominatrix exultante,
frente al espejo particionado, repetida en la penumbra donde refulgen los
breves granates de tus uñitas pintadas. Y también de negro el recato que
empalidece aun más tus muslos como un resplandor lunar anhelante sumido entre
las suaves columnas guardadoras del templo de los sumisos lamidos y las sacras
eyaculaciones. Tus muslos y sus constelaciones, soles mariposas corazones
estrellitas dispersas y las Tres Marías quietas titilando mientras demuestras
tus delicadas impudicias y el erecto deseo rasga la mañana en su lúbrica
eternidad. No obstante, me quedé esperando que tu mano abriera tu rosa a su
íntimo rocío.
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