“Todo lo que el hombre testifica lo hace en cuanto imagen y el mismo
testimonio corporal se ve obligado a irse al pozo donde la imagen despereza
soltando sus larvas”. Analecta del reloj. Las imágenes posibles I. José Lezama
Lima, 1953
Renuevas las brasas que te
esperaban por las dulces mañanas de tu tierna y tímida impudicia, cuando no
espigabas las gavillas sino en la era separabas la paja del dorado grano e
ivernabas sujeta a las premoniciones de las lluvias o al sereno que dejaba el
rocío escarchado sobre los mustios ojos mirones atados a los turbios recatos de
tu arrogancia perturbadora. Incitas los adormecidos deseos de tu cuerpo
flagrante a cometer los pecados contra el decoro, estilas furiosa tus
inconsumados jugos nocturnos y así haces verter lechosas densidades
descorriendo el cobertor con su sísmica trama repitiendo los estremecimientos
del fauno obsesionado con tu vulva invisible, superándote a ti misma borras de
un piernazo otras musas que intentaron reemplazarte. Caracola negada capturas
las manuales vehemencias del desespero y el draconiano celibato con el varietal
que escanciaste agrio por tu ausencia o transparencia, por tus perdidas
tentaciones exhibicionistas, por tus muslos, por tus muslos, por tus mismísimos
muslos, pálidos, desnudos, con sus manchitas desplegadas en sus solsticios
abrumadores. Alzas ahora el mástil del sórdido navegante arrastrando al arcón
de las lúbricas ansiedades, y contraviniendo tu egoísmo de musa incandescente,
el desparpajo en pudor concebido del muslo subiendo a la penumbra y el intuido
abismo de tu rodilla que se despeña hasta tu pie de seguro con las uñitas
pintadas, el mórbido pliegue de tu vientre, tu ingle con sus hirsutos vellos
oscuros, selva olorosa en un provocativo cauce paralelo; por ello, tú, que
urgías el acróstico que hiciera de tus piernas monumento has sido saciada.
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