Yo puedo devorar tus carnes
humeantes para saciarnos el hambre y la sed en un atardecer sin crepúsculo ni
lunas sobre los techos allá abajo, lamerte el entero sudor, abrevar en tu vulva
las aguas vaginales del deseo, anegarte de densos y lechosos rocíos seminales, dejarte
exhausta, saciada, adormecida sobre el lecho revuelto en medio del vaho de los
sexuales aromas de la copula. Yo puedo escribir por todo tu cuerpo en su desnudez
palpitante con mi lengua ensalivada los salmos del estupro consentido, enhebrar
el goce suspendido desde tu boca a tu sexo con un hilo estremecido de quejidos
o susurros, morder cariñoso tu pezón dormido, enredarme en ralos vellos y
deslizarme por el interior de tu muslos como un oscuro pez carnívoro. Yo puedo
soñarme entre tus piernas encarcelados en un coito de bestias salvajes o en la
sodomía de asexuados ángeles pervertidos, habitar la concavidad de tu ombligo,
la charnela de tus axilas o los arcos de tus ingles, puedo insertarme en los
goznes del revés de tus rodillas y en los tierno intersticios invocados entre
los dedos de tus pies. Podría incluso desatar tus manos, exterminar ese pudor
desconocido que te deja sofocada y pendiente, rastrojear por tu piel buscando las
semillas de antiguas caricias inconclusas, pero no puedo determinar mis tiempos
de pasajero inhabitante, detener el plenilunio o el lento derrumbe solar, evitar
el otoño o rodear la piedra del invierno, desatar la primavera o hacer
cristalizar el estío para que tu boca siga bebiendo para siempre los dulces zumos
del amor.
lunes, 9 de marzo de 2015
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