(Prosopis chilensis)
El caluroso mediodía la encuentra
en la perfecta actitud de un ave lista para emprender el vuelo y elevarse por
las azules alturas marinas, una mano en un gesto de gracioso saludo, la otra en
un ademán de sofisticada elegancia femenina, su sonrisa de pequeñas blancas
caracolas, sus ojos alegres como de niña jugando en la playa, su sombra es una
gaviota en vuelo sobre la costa, sobre ese horizonte de cerros con verdioscuros
pinares y sobre el tumulto de frías edificaciones lejanas. Sus pies ligeros en
las amarillas arenas doradas no dejan huellas, la rodean las oscuras algas
robadas por el mar a las profundidades que trazan los avances y retrocesos de
las mareas que la buscan para recuperarla, sirena escapada. Allá mas lejos otras
gaviotas como ella juegan en la blancura de las espumas esperándola mientras el
mar verdiazul la observa inquieto y enamorado. La íntima soledad de la playa la
incita a las atrevidas sensualidades de un lúdico nudismo: deja su cartera
sobre las arenas como si dejara en ella el pasado, el recato, la continua
contención, y con insinuantes movimientos se quita la chaqueta sin mangas de
dril azul, la blusa de grandes puntos blancos sobre fondo negro, y luego con
abierto desparpajo, los albos pantalones, el sostén blanco, los cuadros blancos,
en una recreación de los oleajes y las espumas. Se queda solo con el sombrerito
coqueto y las frescas sandalias, y corre así desnuda por las arenas que la besan
siguiendo la línea de las olas que la espían, libre, desatada, feliz, sintiendo
en su piel la calidez solar que la abraza y la envuelve, y la posee por toda su
piel anhelante, hasta desaparecer devorada por las agitadas espumas que vienen
de donde habitan las sirenas.
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