“Quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere; mea culpa, mea culpa,
mea máxima culpa”. Confiteor.
Acuérdate de este pecador cuando
enjabones tu cuerpo aun semi dormido en las mañanas de las sábanas vacías, de
mi saliva ardiendo en tus poros desiertos, de mis manos sobre tus nalgas
soberanas, en las curvas inquietantes de tu espalda, en tus pechos misteriosos
negados ocultos prohibidos, entre tus muslos sobajeando esa convexa suavidad
voluptuosa, insertadas hambrientas en tus ingles, sobando tu vientre tu pubis y
surcando tu vulva abierta en su densa vertiente. Acuérdate de este pecador en tus
turbiedades y en tus desamparos, y en los escasos orgasmos que te inflinges
durante tus esquivos ardores. Que cuando el agua tibia escurra por las
sinuosidades y ondulaciones de tu mórbida carnalidad desnuda tus manos
encuentren los áureos senderos que dejaron las mías y te sumerjas en las
oscuras y pervertidas aguas de este pecador sin perdón por los siglos de los siglos.
Acuérdate del atardecer de menta y limón, de las primeras luces marinas del
romántico crepúsculo, del alto nocturno de las fieras y la cópula, de mi boca
en tu boca, de mi sexo en tu sexo, pecadores desvergonzados en la gracia de
impuros deseos. Yo, pecador, me confieso adicto a tu piel tus sudores y tus
sabores, admito que he pecado enviciado de sucios pensamientos, soeces palabras
y algunas tardes he gozado de los mágicos deleites de mi miembro insaciable en
tu jugosa flor abierta, por mi lujuria, por mi depravación, por mi incontenible
e insaciada sexualidad de macho niño solitario. Acuérdate de este pecador
cuando en la infinita soledad que te acosa te muerdas los dedos suspirando (i).
(i) “Te apreció mucho pero el sexo me tiene colapsada”. La Condesa
Inconclusa.
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