Para Casandra
Subsiste el recuerdo de tu voz y
tus quejidos entre los verdeantes follajes de un bosque que te nombra en los
sitios umbríos donde no llegan sino los ojos de los escarabajos y los pétalos. Queda
el eco de tu silencio, el remanente de tu ausencia como huellas en las arenas
del insomnio, el fuego que te consume y las brasas que me queman. Persisten los
sabores de tu celo, tu saliva y tu sudor, los jugos que viertes en tus íntimas
excitaciones. Permanece la silueta de tu cuerpo dibujada en las sabanas del
deseo, tus verticales masturbaciones explicitas, mis onanismos implícitos en
las palabra y los verbos. Se mantiene intocada la vigencia del perfume de tu
pelo, de tus axilas, de tus ingles, el aroma que atrapa mi nariz cuando surco besando
tu espalda. Reverbera en las manos la caricia impúdica sobre tus mórbidos senos,
su peso edípico, su consistencia maternal, el tacto inolvidable de tus pezones,
la sensación de poseerlos en mis labios de niño macho. Se sostiene en la
memoria de la lujuria el sabor de tu vulva, el roce tenue de tus vellos
púbicos, la penetración bestial en la cópula imposible, tu boca sorbiendo el miembro
erguido. Fulgura sin tiempo el morbo de la caricia en tus glúteos, su suavidad
inquietante, su incitación prohibida a la lenta sodomía. Continua en mis labios
el relente de tus besos, su codicia y su ternura, también la visión última de
tu desnudez sobre el lecho, tus espasmos de placer, tus estremecimientos
orgásmicos, tus retorcimientos y desesperaciones mientras mi mano consuma.
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