Para A. C.
Un sueño es besarte bebiendo el
sabor de tu saliva y embriagarme en tu noche desnuda, abarcar con mi boca
hambrienta el todo ancho bipolar de tus palomas, y seguirte soñando. La tarde
se tiñe de tu aroma, de tu sabor encantado y deja los ojos entrecerrados para
soñarte con todos los deseos posibles. Hurgo en el nítido recuerdo de tu cuerpo
buscando sus tibiezas, sus sensuales lisuras, sus tactos lujuriosos, sus íntimas
humedades, hurgo y desato en ti mis lúbricos sentidos para seguirte soñando. Tu
piel se encarna en mis manos que te invaden, que te abruman de caricias
consentidas, de procaces manoseos, y se deshace en ensalivados lamidos,
succiones e inserciones que nos llevan a la violenta cópula de la madrugada
feraz anudados en un tumulto de sudores y de piernas trabadas, de manos
apretando y labios mordidos, de susurros de boca a oreja, de ritmos y acoples
que convergen en bestiales goces antidiluviales. Y te sigo soñando a destajo,
ilimitado e incensurado, te sueño soñando palomas copulando o sentada desnuda
en tu lecho, bebiendo vino dulce en una copa azul o masajeando tu pechos
enfrente a mis ojos ávidos, o tus dedos en tu nido batiendo para mí los pétalos
empapados. Para soñarte mejor vago por tus adentros encendiendo cada uno de tus
músculos, de tus blanduras, de tus carnales oquedades, de tus vísceras maceradas
en los ardientes insomnios de tu lecho vacío de hembra ansiosa. Solo puedo
poseerte con palabras, desnudarte letra a letra con lasciva sintaxis, violarte
con mis verbos obscenos, abusarte con rebuscados adjetivos barrocos y penetrarte
con largas frases sin comas ni puntos apartes, solo con un largo párrafo de un
solo envión. Y aun así, puedo seguir soñándote.
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