lunes, 17 de noviembre de 2014

LA MALAMUSA DURMIENTE


El ventilador gira acariciando la desnudez acalorada de su cuerpo con su brisa de mentira y sus aspavientos de pequeña ventolera casera como si quisiera arrastrar hacía el lejano otoño las manchitas de sus muslos suaves como las uvas (i), su pelo suelto se mueve incesante llevado por la misma brisa que ella imagina marina y salada, casi puede sentir las gotitas de agua que salpican su rostro serio de ojos semicerrados detrás de los cristales cuneteros de sus anteojos de marco blanco vintage de sexy estrella de cine de los ‘50. Desde su guarida, cual mantis feroz, incita y excita al solitario escarabajo mirón lamedor succionante que la sigue persigue en sus crueles vaivenes eróticos esperando las migajas de voluptuosidad que a veces ella esparce en el aire solo para ver si el poseso la espía y la desea sin escapar nunca del maleficio el hechizo el embrujo. Un denso y caliente halo sexual la envuelve, la amodorra, se deja fluir en dulce somnolencia hacia el sueño tardero. Se durmió la musa, se durmió así medio piluchita, se quedó tirada en su lecho jardinero semidesnuda con su calzoncito rojito tirado a fucsia como los geranios, lánguida, las piernas abiertas, adormecida, soñando con bosques y faunos que la acosan, todos con un mismo rostro, moreno y dicharachero, descansa relajada, duerme inocente y quietecita. Viste la bella durmiente el bikini rojo con tinte fucsia, las pulseras tintineante, los anillitos de dama poderosa, y nada más, lo demás es piel con desparpajo, algunos vellos que se asoman en su entrepierna, su pezón también dormido y su boquita de hembra insoportable.

(i) Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Poema 5. Pablo Neruda.

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