El ventilador gira acariciando la
desnudez acalorada de su cuerpo con su brisa de mentira y sus aspavientos de
pequeña ventolera casera como si quisiera arrastrar hacía el lejano otoño las
manchitas de sus muslos suaves como las
uvas (i), su pelo suelto se mueve incesante llevado por la misma brisa que
ella imagina marina y salada, casi puede sentir las gotitas de agua que
salpican su rostro serio de ojos semicerrados detrás de los cristales cuneteros
de sus anteojos de marco blanco vintage de sexy estrella de cine de los ‘50. Desde
su guarida, cual mantis feroz, incita y excita al solitario escarabajo mirón
lamedor succionante que la sigue persigue en sus crueles vaivenes eróticos
esperando las migajas de voluptuosidad que a veces ella esparce en el aire solo
para ver si el poseso la espía y la desea sin escapar nunca del maleficio el
hechizo el embrujo. Un denso y caliente halo sexual la envuelve, la amodorra,
se deja fluir en dulce somnolencia hacia el sueño tardero. Se durmió la musa, se
durmió así medio piluchita, se quedó tirada en su lecho jardinero semidesnuda
con su calzoncito rojito tirado a fucsia como los geranios, lánguida, las
piernas abiertas, adormecida, soñando con bosques y faunos que la acosan, todos
con un mismo rostro, moreno y dicharachero, descansa relajada, duerme inocente
y quietecita. Viste la bella durmiente el bikini rojo con tinte fucsia, las
pulseras tintineante, los anillitos de dama poderosa, y nada más, lo demás es
piel con desparpajo, algunos vellos que se asoman en su entrepierna, su pezón
también dormido y su boquita de hembra insoportable.
(i) Veinte poemas de amor y una
canción desesperada. Poema 5. Pablo Neruda.
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