«A aquella que le quepa el sayo, que se lo ponga»
Nos quedaron pendientes las
locuras de una noche entera de atardecer a madrugada, con vista al mar o al
crepúsculo, solos viviendo en la inmensidad de un nocturno imposible. Te quedó
sentir mis voces anteriores vertiendo el amor y las ternuras que no alcanzaste
a conocer por el destiempo y la brevedad, mis caricias de náufrago solitario,
de extraviado pasajero, de niño macho asustado, mis brazos acogiendo tus
desasosiegos y tus soledades, te quedó pendiente ver mi rostro sin máscaras y
mi silueta verdadera. Me quedó pendiente sentir tus celos de mantis vengativa,
esa posesión instintiva de fiera egoísta y posesiva mordiendo mamando chupando
succionando con la furia de la hembra desbordada, vivir tu voracidad esencial
de antes del destierro, sin pudores ni recatos, abierta al placer de tu sexo y
al goce del otro. Nos faltó hacer sentir el amor como los gatos y los
escarabajos, como los perros callejeros y las mariposas instaladas, como los
ángeles castigados y los caracoles pervertidos. Nos quedó la vivencia
perturbadora de tú ahí recostada desnuda boca arriba con tu mano en tu vulva
masturbándote a tu gusto y ganas, yo ahí a tu lado hincado frente a tu estomago
masturbándome a mi modo y gusto, ambos motivándonos incitándonos excitándonos
el uno al otro con quejidos susurros y palabras soeces, deleitándonos de esa
intensa cercanía sin rozamientos no manoseos hasta que te retuerces en un
orgasmo sublime y yo derramo mi semen en una gloriosa eyaculación sobre tu
ombligo. Nos quedó el sabor de lo poco, de los conchos y las borras de dos
seres que ya habían vivido lo justo y necesario, la triste sensación de lo
inconsumado y la pena de lo que pudo haber sido perpetrado y no lo fue.
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