“Usted es la única persona que me puede salvar porque estas pesadillas
no me abandonan al abrir los ojos”. Pubis Angelical. Manuel Puig, 1979.
Posee los delirios siniestros de
los majestuosos deseos, el encanto de la pálida piel que envicia y corroe los
presagios de la locura y los entuertos sacrílegos de la lujuria, el embrujo de
un pudor insano que marca a fuego los sagrarios de las cópulas y las
masturbaciones, inicial del día y de entrando la noche socava las ásperas
censuras con sus recatos de sedas rojas y negras, malamusa tendida sensual y
sexual sobre los felinos decapitados esperando los ceremoniales del acecho o la
seducción, carnívora y voraz mantis sangrienta, es toda muslos suaves, vellos
ralos, pezón dormido y vulva deliciosa, mascarada y tormento, lamido versículo
en el destello de la última tarde, romántica hasta el despeñadero sostiene las
lluvias de los otoños en sus manos de condesa distante, sus mórbidas nalgas y
sus gloriosas manchitas esconden el secreto de un lúbrico universo contenido en
las altas almenas de su castillo desde donde el atardecer cae sobre las
primeras luces de los barcos imaginarios, insinúa en sus rojos sedosos los pervertidos
goces de los carnales paraísos perdidos, provoca con sus negros perlescentes
los oscuros instintos de las caricias obsesivas que arden en las yemas de los
dedos ansiosos de los remolinos clitorianos, suscita vehemencias tortuosas por
su vientre fugitivo y por la lobachevskiana doble curva de su espalda, por todo
esto la sueño insistente e intenso, desnuda y excitada haciéndose la dormida
boca arriba en el lecho de delicadas florcitas y verde pasto solo para untar
con mi semen caliente el borde cóncavo de su ombligo.
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