miércoles, 12 de noviembre de 2014

EXÉGESIS DE SU MANO EN LA PENUMBRA (Palimpsesto)


“Sólo alborea el día para el cual estamos despiertos”. Walden, or Life in the Woods, H.D.Thoreau.

Todo se justifica por la belleza embriagadora del episodio, una oda sublime a la palma tibia, los dedos suaves y el contacto furtivo; una lección sobre la ternura, la comprensión y la frustración, la fidelidad y el paso del tiempo, el resplandor de antiguas primaveras floridas, las calles del barrio y la penumbra del cuarto, los largos silencios y la espera. Vuelven las grandes obsesiones: el amor imposible y las relaciones incompletas. La lentitud de los movimientos, los gestos repetidos y el tupido velo del humo del cigarrillo, se complementan en una erótica sublime que transmite el éxtasis discreto, lejano, ausente, prohibido. Ambos se expanden en la memoria y la imaginación, ella, aceptando tristemente el debilitamiento de su belleza, la desaparición de los días de las penas ligeras, la pérdida de lo real, y él, brindándole el mejor homenaje que puede dar y ella lo sabe. Lo sabe, y es tocada por lo que ninguna de las palabras de sus innumerables amantes pudo tocarla alguna vez. Como en el arrobamiento erótico, la mano carga la dimensión simbólica del amor. Esa extremidad acariciante en cuyo interior está escrita la vida, peregrina un sexo sin sexo, haciendo de aquel tímido contacto el recuerdo fundamental que el tiempo no consume. El hombre, marcado por el placer, sabe que regresará, una y otra vez a la mujer que no le niega el disfrute. La mujer, experta en ubicar las suavidades donde éstas son útiles, trasvasará el horizonte limitado de lo decoroso para que, a través de la breve imposición de una carne contra otra, la última inocencia pervertida del aprendiz de brujo florezca en una masculinidad atrapada. La vida será feliz a condición de no reincidir en la caricia. Como todo amor romántico, éste se articula a través de distancias, de bisbiseos, de gestos. Sin piel. El final es predecible, el miedo de perderla, la vigilia por su regreso arrebujado en los cuartos equivocados, conciente de que ya ni en su recuerdo queda lo rebelde de la caricia incitada. Una delicadeza agria, donde el amontonamiento presta el paisaje más atinado para las confesiones, las miradas, las confidencias y el secreto. En esa intimidad intranquila e impersonal de los conventillos callan largos párrafos diciéndose la duda, el tedio, el miedo, o se demoran en dilaciones fatales donde la masturbación es la entrega más genuina.

Nota.- Texto reescrito sobre varios comentarios del film “La mano”, dirigido por Wong Kar-wai, China, 2004. Incluido en el film colectivo “Eros”.


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