Él sonreía. Le gustaba sentir la
excitación de la mujer. Sin necesidad de tocarla, por su gesto, ya sabía que
sus fluidos traspasaban la fina tela de sus bragas. Ella lo miraba de frente.
Su mirada lujuriosa hablaba por sí sola. Lo deseaba. Deseaba que la tocase. Se moría
por sentir placer y se empapaba al imaginar cómo iba a jugar con ella ese
hombre que le parecía muy interesante. Él sonrió. Se sentó en la cama y le hizo
una señal con el dedo para que se acercara. Ella obedeció y cuando estuvo
frente a él, excitada llevó su pezón hasta la boca de él, que lo aceptó
gustoso. Durante varios minutos, lo lamió y succionó hasta ponérselo duro como
un garbanzo. Ella suspiró mientras él, cada vez más gustoso, le chupaba el pezón
y comenzaba a tocarle su vulva. Él disfrutaba del manjar que ella le ofrecía
sin reservas. Ella ya estaba empapada y deseosa del pene que ante ella se
mostraba potente y viril. Él sonrió. Sabía de su magnetismo. Se sentó desnudo
en la cama y, sin apartar los ojos de ella, recorrió su ralo monte de Venus y con
un gesto le pidió que se acercara. Ella lo hizo y él la tocó. Bajó su mano
lentamente hasta meterla entre sus piernas y comprobó que estaba mojada, muy
mojada. Durante varios minutos, él paseó una y otra vez sus dedos por la
humedecida hendidura, hasta que ella separó las piernas para facilitarle el
acceso. Él se arrodilló ante ella y posó su boca sobre el pubis. Lo mordió. Y
cuando la sintió vibrar de placer, con sus dedos le abrió los labios vaginales
y metió su boca entre sus piernas. Ella jadeó. La boca de él era impetuosa, y
cuando le chupó el clítoris con deleite, ella sólo pudo jadear y disfrutar. Minutos
después, él se dio por satisfecho. Se incorporó y, cogiéndola por la cintura,
la acercó un poco más a él. Sin hablar, metió un dedo en su mojada vagina y
segundos después otro. Ella tembló y separó más las piernas y se agarró a sus
hombros, dejándose masturbar con fuerza por él, que le susurraba cosas
calientes, vulgares, soeces al oído que
a ella la volvían loca. Entonces él agarró su duro pene y lentamente lo
introdujo en ella mientras ella jadeaba. Él sonrió al oírla y se incrustó en
ella hasta tenerla totalmente empalada. La lujuria y el morbo que sentía en ese
instante no la dejaban hablar. Él sonrió. Le gustaban esos juegos y con una
fuerte estocada murmuró algo que ella ya no escuchó perdida en ese sexo duro,
caliente, morboso, desinhibido y que a ambos les gustaba. Él incrementó su
ritmo mientras los pechos de ella se bamboleaban. Él ya muy excitado le pidió que
se sentara sobre él. Ella se clavó en él a horcajadas. Con maestría, él la
movió en busca de su propio placer. Le gustaba llevar la voz cantante y ahora
él quería disfrutar. Ella jadeó ante la profundidad y cuando creía que no
podría profundizar más, él se movió con rotundidad. Ella gritó y al ver que él
sonreía siguió gritando mientras él la empalaba una y otra vez. Y él no paró y
continuó disfrutando de lo que más le gustaba. El sexo. El sexo sin compromiso.
El sexo por puro placer. El sexo sin amor.
Nota.- Reescritura de un
fragmento de la novela “Sorpréndeme” de Megan Maxwell.
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