“Hay aún muchos días por amanecer”. Walden, or Life in the
Woods, H.D.Thoreau.
Azules excitantes, de sureños
lagos inaccesibles o fragmentos de cielos vedados en los bosques de araucarias
o canelos, ella, sola e imponente en medio de fríos blancos cocineros, dibujada
en sensual silueta en un escorzo desafiante. Sonriente de labios rojos, cerezas
jugosas que no alcanzo al beso ni en sueños y rosadas perlescentes las uñas
bien pintadas que nunca herirán mi espalda, y esos ojos pispiretos de
abrumadora e inquietante malicia tentadora. Uno es el azul azur en un tinte
oscurecido mullido y edípico de la polera con pabilos finitos que deja ver los
blancos breteles del sostén que sostiene sus pechos grandes y majestuosos, el
otro es el azul zafiro en un tinte apagado de las calzas apegadas a las voluptuosas
caderas los torneados muslos las firmes pantorrillas, para rematar en las
negras y anchas correas de cuero que cubren sus pies. Una fina cadenita de oro
con un colgante se inserta entre sus pechos ampulosos como si fueran mis ojos,
o mejor aun, mis labios cayendo por el tibio abismo de su escote. Su cabello
liso y salvaje, sus cejas perfectas, el maquillaje gris azul tenue en sus
parpados declarando sin aspavientos su instauración de hembra vigente y deseada,
la risa amplia, los dientes albas perlas de femeninos marfiles, la piel morena de
princesa exuberante como tostada por tibios soles ancestrales. Inexpugnable, la
acechan mis deseos de tocarla, de oler su piel incandescente, de saborear su sudor
vegetal y su saliva con toques de uvas y tabaco, de besar su cerviz su coxix
cada uno de sus oscuros pezones y la olorosa mata de sus vellos púbicos. Nada
más, porque es un sueño imposible. Lo demás son los blancos congelados, la
puerta y su pomo metálico, la ventanita que da a un patio quizás con macetas de
geranios colorados o una hiedra de frescores verdes e intensos, el blanco de
los muros, el blanco invierno del piso y el suave te con leche de los grandes
azulejos del muro del fondo, el café oscuro de un extraño mueble irreconocible
y el estante donde allá arriba duerme el microondas como un oculto espejo
voyerista.
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