domingo, 16 de noviembre de 2014

LA COMTESSE ÉCHAUFFÉE


“Ni te imaginas en la pinta que estoy, espero no esté el mirón, hace más calor...!”. La haute Comtesse

Se elevan los vahos de la canícula envolviendo en sus llamas transparentes la alta torre del castillo, arriba el cuarto es un horno, un aire denso, pegajoso, cargado de vapores sudorosos invade los rincones, se adhiere a los muros y deja flotando una blanda y lúbrica voluptuosidad. La condesa casi desvestida está recostada en su lecho de mantis sangrienta, afirmada en las almohadas del edredón primaveral, sobre la cama unos los cuadernos y un libro de Lezama Lima, que es el preciso detalle barroco para ese quieto y caluroso ámbito tropical, viste apenas un camisola con pabilos blanco invierno, flores fucsias y tallos verdes,  y un bikini fucsia chiquitito del que se asoma un solo ralo vello púbico por la entrepierna, breve y fina línea oscura trazada sobre su muslo liso suave marmóreo apuntando hacia el cielo de manchitas tiernas que se esparcen por sus bien torneadas y pálidas piernas de vestal impenetrable. Las desnudas piernas juntas y el pie derecho sobre el izquierdo, cada uno con sus uñitas pintadas de un color desconocido, en la tenue superficie de la camisola se percibe en desparpajo protuberante de ese pezoncito dormido, (mamacita!), que el suscrito solo tocaría con un dedo para rozar la textura edípica del perdido paraíso, solamente lo tocaría para disfrutar del suplicio tantálico de la posibilidad ofrecida y negada alternativamente en las vehemencias de los celos inverosímiles y las furias sin sentido. Las uñas fucsias, un anillo luminoso y brillante, su pelo suelto con algunas canitas y sus cuneteros lentes de marco blanco completan la escena, la visión de su acalorada tarde, un delicado sudor refulge en su piel entibiada por el bochorno sofocante que la excita en la soledad sexual de sus ansias caldeadas por las brasas de la tórrida circunstancia de las palabras del fauno obsesivo que la incitan al pecado, a hervir en los ardores del verano que aun no llega. Se está sirviendo una frutilla untada en crema helada con esa boquita que puedo imaginar perfectamente mordiendo la roja fruta como si fuera un glande terso y tenso por la erección provocada por la calentura voyerista de su semidesnudez extasiante. Solo faltó el vaso de champaña helado para combinarlo con las frutillas, o aun mejor, para hacer escurrir la champaña por el vértice vórtice de su vulva sabrosa y yo ahí bebiendo de esa vertiente sexual hasta embriagarme de ella y despertarme tres días después en una casa de la costa con ventanas panorámicas que dan a un mar verdadero. Mientras la imagen se va haciendo más y más difusa me quedo con la imagen de esos oscuros pelitos ralos pegajosos por el champagne.

No hay comentarios: