“Ni te imaginas en la pinta que estoy, espero no esté el mirón, hace
más calor...!”. La haute Comtesse
Se elevan los vahos de la
canícula envolviendo en sus llamas transparentes la alta torre del castillo, arriba
el cuarto es un horno, un aire denso, pegajoso, cargado de vapores sudorosos
invade los rincones, se adhiere a los muros y deja flotando una blanda y
lúbrica voluptuosidad. La condesa casi desvestida está recostada en su lecho de
mantis sangrienta, afirmada en las almohadas del edredón primaveral, sobre la
cama unos los cuadernos y un libro de Lezama Lima, que es el preciso detalle
barroco para ese quieto y caluroso ámbito tropical, viste apenas un camisola
con pabilos blanco invierno, flores fucsias y tallos verdes, y un bikini fucsia chiquitito del que se asoma
un solo ralo vello púbico por la entrepierna, breve y fina línea oscura trazada
sobre su muslo liso suave marmóreo apuntando hacia el cielo de manchitas
tiernas que se esparcen por sus bien torneadas y pálidas piernas de vestal
impenetrable. Las desnudas piernas juntas y el pie derecho sobre el izquierdo,
cada uno con sus uñitas pintadas de un color desconocido, en la tenue
superficie de la camisola se percibe en desparpajo protuberante de ese
pezoncito dormido, (mamacita!), que el suscrito solo tocaría con un dedo para
rozar la textura edípica del perdido paraíso, solamente lo tocaría para
disfrutar del suplicio tantálico de la posibilidad ofrecida y negada alternativamente
en las vehemencias de los celos inverosímiles y las furias sin sentido. Las
uñas fucsias, un anillo luminoso y brillante, su pelo suelto con algunas
canitas y sus cuneteros lentes de marco blanco completan la escena, la visión
de su acalorada tarde, un delicado sudor refulge en su piel entibiada por el
bochorno sofocante que la excita en la soledad sexual de sus ansias caldeadas
por las brasas de la tórrida circunstancia de las palabras del fauno obsesivo que
la incitan al pecado, a hervir en los ardores del verano que aun no llega. Se
está sirviendo una frutilla untada en crema helada con esa boquita que puedo imaginar
perfectamente mordiendo la roja fruta como si fuera un glande terso y tenso por
la erección provocada por la calentura voyerista de su semidesnudez extasiante.
Solo faltó el vaso de champaña helado para combinarlo con las frutillas, o aun
mejor, para hacer escurrir la champaña por el vértice vórtice de su vulva
sabrosa y yo ahí bebiendo de esa vertiente sexual hasta embriagarme de ella y
despertarme tres días después en una casa de la costa con ventanas panorámicas
que dan a un mar verdadero. Mientras la imagen se va haciendo más y más difusa
me quedo con la imagen de esos oscuros pelitos ralos pegajosos por el
champagne.
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