Para Rebeca de esos años de Reisefieber.
Era un lugar vegetal y quieto, ya
nuestro, alto de pájaros y nogales. Lugar de mañanas calidas donde su piel
perfumada y pálida cumplía mis mejores presagios. Lugar donde su excitante
escote no me ocultaba la esperada visión del sensual surco entre sus pechos. Y yo
jugaba a no mirarlos como si ella no supieras que en ellos mi mirada se perdía
en su bifurcado horizonte palpitante, y mi silencio no era melancolía ni tristeza
sino una pequeña perversión vertiginosa que recorría mi cuerpo para brotar en
una escondida erección. Mañanas tranquilas que iban sucediendo a nuestro antojo
en tibia y tierna amistad, desgranándose en intensas cercanías. Y para colmar cada
soleada mañana soñada, ya al medio día, el abrazo final, repetido
descaradamente; su cuerpo atrapado entre mis manos ávidas pero contenidas, sus
mejillas restregándose con sensualidad y desparpajo en mi barba, y esas
insinuantes miradas frente a frente, donde estamos tan cerca que los ojos se
reflejaban en los ojos convergiendo tumultuosas en esos dos besos furtivos, siempre
en las mejillas, cada vez más cerca de los labios. Era un lugar mágico,
preludio de aquel día venidero en que habríamos de cumplir con nuestras ansias,
allí todavía éramos solo unos niños asustados ante el deseado, inevitable, y
cercano pecado. Fue tiempo después que vivimos el cálido invierno de la
consumación lejos de los nogales, y hubo mucha ternura, cariño, cercanía,
entrega, y también pasión abierta, declarada. Me gusto besar sus pezones de
niña, chiquitos y rosaditos, esquivos, me gustó sentir sus muy suaves manos
recorriendo mi cuerpo hasta en mis más ocultos, íntimos y sensibles rincones,
me gustó escuchar sus gemidos de placer mientras mi lengua jugaba desordenada
en su mariposa oscura y húmeda, me gustó sentir en mi miembro sus labios aun tímidos,
me gustó esa gozosa desesperación del clímax compartido, en fin, se cumplieron
las premoniciones tal cual se soñaron entre el esplendor de los ocres sagrados.
2003-2005
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