lunes, 24 de noviembre de 2014

LAS COLINAS DE LOS SUEÑOS II


Para Rebeca de ese año de Reisefieber.

Eran cariñitos arrastrados, una secuencia continua de movimientos durante un largo abrazo. Se iniciaban con alguna motivación previa al abrazo, como la visión de su escote o unas miradas que iban más allá de la amistad, luego una vez iniciado el abrazo mismo, comenzábamos una serie de suaves refregones y leves movimientos ondulatorios, buscando el acople y roce total de ambos cuerpos, esta fase era muy motivante ya que podíamos sentir todas la protuberancias corporales del otro, lo que aumentaba la intensidad del abrazo. En algún momento del final de esta etapa lográbamos la posición que nos hacía sentir más nítidamente esas elevaciones, turgencias y concavidades, podíamos reconocer claramente a que parte del cuerpo correspondían, y acomodábamos sutiles los cuerpos a esa condición de máximo calce y máxima sensación, entonces entrábamos en la ultima fase, de intensos pero suaves restregones, de corto desplazamiento, para disfrutar con total dedicación y plena sensualidad consentida sin palabras el cuerpo apegado en un desparpajo cómplice. Compartíamos mudos la mutua excitación dejando el tiempo detenido, enredado entre los arbustos de ligustrinas o cristalizado en el vuelo de las golondrinas. Todo esto sucedía en un silencio donde solo se escuchaban las cada vez más aceleradas respiraciones. El término de los cariños, del abrazo, se producía de mutuo acuerdo pero siempre con una lentitud desesperante como si estuviéramos fusionados a fuego, empalmados con una dulce procacidad, adheridos al otro por un denso mucílago que parecía provenir del quieto ámbito vegetal circundante. Nos separábamos callados, sonrientes, quizá algo avergonzados de que el otro se diera cuenta que (ambos) deseábamos continuar en esa ceremonia siempre inconclusa.

2003


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