Para G. V., siempre intangible e inmersa en la memoria.
Entrabas siempre en el cuarto,
femenina, silenciosa y tímida, como una leve dama misteriosa que busca donde
derramar su ternura. Y mientras recatada te desnudabas tu sonrisa maliciosa
encendía la tarde. Y en aquella penumbra tibia solo esa enagua me negaba la
plenitud absoluta del deseo en la visión total de tu cuerpo. Mis labios vagaban
rendidos en el borde suave de tus senos marcando con la brasa húmeda de la
punta sensible de mi lengua y en leve roce los altos pezones. Veces hubo en que
fui a calmar mi sed en la oculta fuente, y deslice mis labios en un íntimo beso
para beber enviciado tu néctar perfumado, saboreé así en éxtasis el delicado
pecado de escanciar de ti hasta la última gota. A veces, desde lejos te pensaba
voluptuosa, tierna y sensual, y recorría tu cuerpo entero sin llegar a develar
su misterio. En esa lejanía, solo con tu voz, mis ansias sedientas buscaban
afanosas la fuente de los sueños. Y te imaginaba perfecta urgido de los deseos
de ti, en esa soledad te tocaba, te acariciaba vehemente, te veía en el lecho a
mi lado, con tu voz lejana ardiendo en la hoguera de mi mano. Podía verte
excitada acariciando la mariposa que a la distancia yo podía oler, lamer,
hurgar, en mi desesperación erecta de macho onanista y sediento. Y ahí tus
manos eran las mías buscando en ti misma el orgasmo, el quejido, el susurro, el
grito, repitiendo sola el rito incesante de nuestros cuerpos trabados. Pero
también eras musa virtual, lejana pero cerca tras el cristal, coqueta,
impúdica, insinuante, como niña que juega a pecar y yo pecador de ti te
esperaba para pervertirme en tu imagen hasta verter por ti desesperado mi densa
y ardiente miel sexual.
Allá por marzo de 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario