Comienzo mirando excitado el velludo valle de
su «chucha» expuesta abiertamente para mí entre la M de las dos colinas de sus
piernas recogidas. El valle se prolonga hasta su rostro allá arriba, del que
solo veo el mentón y la nariz, antes, veo su vientre, su estomago y sus pechos,
todo un paisaje de vasta sexualidad. Sobre su «chocho» la oscura y rala mata de
sus vellos púbicos, abajo el periné, esa zona secreta y carnal donde se inicia
le hendidura que esconde el elusivo asterisco anal. Ella está recostada de
espaldas, sus manos a los lados de su cuerpo sobre la sábana, sus piernas
encogidas y abiertas, yo estoy a sus pies, a continuación de ella, boca abajo, con
mis brazos pasados bajo sus muslos y rodillas, y mi rostro frente a su «coño».
Puedo oler y disfrutar su íntimo aroma de mujer, ver de cerca sus labios
vaginales y el rosado capuchón del clítoris como una húmeda flor abierta en su
mejor primavera. Acerco mi nariz y la hundo en esa «concha» caliente, mojada,
hambrienta, huelo la profundidad misteriosa de sus entrañas, la subo y bajo a
lo largo de la deliciosa zanja. Ahora llevo mi lengua al empapado cauce
vertical, la paso y repaso con fruición a lo largo subiendo con mística
lentitud, sorbo y bebo su denso fluido, lo paladeo como un brebaje mágico, como
el elíxir que da la inmortalidad. Voy acelerando los lamidos con todo el ancho
de mi lengua repasando una y otra vez su floritura sexual desde el periné hasta
el breve glande del clítoris, enviciado, extasiado, como en un intenso trance
religioso. Ella se queja susurrando la oración profana del templo de Lesbos,
levanta su pubis hacia mi rostro buscando un mayor presión de mi lengua contra
su «crica», yo juego con su ansiedad y
mantengo un empuje constante con breves punciones inesperadas. Llevo la rígida
punta de mi lengua a su clítoris y lo punzo, lo presiono, lo hundo, lo rodeo
como enroscándolo, lo chupeteo como un sensible pezón o un tierno pene femenino.
Ella se aferra a la sábana para no naufragar en el orgasmo antes de gozar hasta
el último estremecimiento la plenitud arrobadora del cunnilingus. Entonces la sumerjo
de súbito en el violento torbellino de mi lengua surcando su «cuca» en un va y
viene incesante y rápido, mi lengua punzando y succionando su sensitivo botoncito
carneo, mi lengua hojeando sus labios vaginales, mi lengua zigzagueando lúdica
a lo ancho y alto de su «cuchara», mi lengua como un falo penetrando su vagina hasta
hacerla orgasmear entre sublimes convulsiones y los desesperados retorcimientos
que intentan alejar mi lengua perversa de su «choro» sensibilizado hasta el borde
mismo del dolor.
viernes, 20 de junio de 2014
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