Epígrafe no
publicable.
Duermes sin acosos en tu lecho matriarcal,
sueñas, me introduzco furtivo en tu sueño para ir a acurrucarme en ti
calladito, silencioso, tierno como un bebé, tuyo hasta la madrugada. Y nos
quedamos así, suspendidos en el tiempo como pompas de jabón o leves vilanos mecidos
por la cálida brisa del estío. En el dulce insomnio de tu cercanía me acosan
las delicadas lujurias de mis deseos e irrumpo en tu sueño de magnolias y
mariposas, como un halo denso, viscoso y caliente que al tocar tu desnudez
irreverente se vierte en ti como un brebaje de erectas consistencias seminales.
Primero te masajeo suave y lento para remover tu cansancio como un agua tibia
que te inunda con sensual levedad, siento por tu calmada respiración que te vas
sumiendo en las profundidades de un sueño de parques lluviosos, de estatuas quietas
en un atardecer de arreboles, de siluetas que caminan entre los charcos. Entonces
comienzo a soñarte a mis anchas, desnuda, en pose inclinada sobre el agua
lavando tu cabello, vulnerable, sometida a mis antojos que también están en ti
latentes, imaginados y fantaseados, tal como está escrito en los previos pergaminos.
Mis manos ávidas te acarician haciendo sentir a tu piel ese fuego de hoguera
encendido, reviviendo en tu mente los nítidos recuerdos de íntimos manoseos y
eróticas hurgaciones que tu cuerpo ya posee. Te tomo de las anchas caderas y te
atraigo hacía mí hasta rozar y comprimir mi falo endurecido contra tus glúteos,
hasta surcar con mi erguida virilidad la apretada y tibia cisura que separa tus
nalgas en dos convexidades tersas y pomposas, te estremecen placenteras
sensaciones socavando tu voluntad y te mueves rítmicamente hacía atrás,
consintiendo lo que venga. Sientes la inquietante punzadura de una tiesa
tumescencia pero no volteas tu rostro, rendida a mis escabrosos designios. Hundo
mis dedos en tus mullidas carnes ansiosas, me aprieto contra ti, beso, lamo tu
espalda aun curvada sobre el agua en que lavas, en mi sueño, tus cabellos,
restriego en vertical sube y baja mi verga inserta en tu estrecha hendidura
interglútea. Permaneces quieta, en tu sueño, oliendo las flores y escuchando
los gorjeos de las aves por aquel parque encantado. Me muevo más y más rápido,
más urgente, frotando mi príapo en tu sumiso, blando y libidinoso trasero, lo
fricciono, lo rozo, lo presiono, lo someto a fálicas frotaciones sin
penetraciones pecaminosas, solo para sentir la mórbida voluptuosidad de tus
ancas en la sensible erección de mi pene. Henchido de líquidos ardores eyaculo
sobre tu cuenco sacro, derramado, untando mi semen como un ebrio y hereje
sacerdote ungiendo tu arqueada desnudez con sus perturbadores óleos
sacramentales. Caminas por la playa relajada y feliz, en tu sueño, sintiendo
una humedad caliente que escurre por tus muslos como un agua densa y lechosa.
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