“Bendita jineta
cabalgas sobre mí como si fueras a elevarte
y sin embargo empujas hacia abajo
besándome con tus labios secretos”
Tu cabalgas sobre mí. Gonzalo Villar
Apareciste esclava y doncella
desde el fondo oscuro de mi soledad yaciente para cabalgar tu desnudez de
potranca ebria de sexuales insistencias. Fue el verano más intenso y florecido
en la penetrabilidad priápica de tus ancas soberanas. Y el sexo estremecido se
volcó en lujuriosa historia en un tiempo sin horario ni limitaciones. Urdimos
la cópula, los lamidos y las succiones en la gélida distancia agónicos de
ciertas cercanías. Comenzamos a sentir en la piel la intensidad de la erección
y la humedad de la abertura, atados en una trabazón de miembros acariciados y
bocas besadas. Me montaste en pelo potro en celo con tu pasión recién despertada
y te di los corcoveos penetrantes de mis libidinosos deseos. Se avivaron los
fuegos dormidos en las carnes incestuosas por los años de aquellos los ansiosos
destierros del silencio, la censura, del urgido miedo. Te acercaste a mi verga bajo
las sombras de tu pelo y sobre mi vientre dejaste tu saliva en un reluciente reguero
buscando el erguido ídolo empinado y la luz entera de tus ojos de desfloró en la
vergencia de tus labios y mi glande. Me declaraste Amo y Señor de tu reino de
ardores vaginales con desvergonzadas palabras y lubricas imágenes de tu cuerpo
desnudo. Dejé extasiado que entraras digital en la sureña cisura, que urgieras
bucal la dura torre del castillo y lo mamaras con la vertiginosa deleitación de
una hetaira insatisfecha o una geisha embriagada. Abriste para mí el tierno cofre
de tu vulva sin incertidumbres y empotré mi tieso túmulo genital con la certeza
del macho enardecido, y sentí eyaculando, que llena eras de gozo.
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