“He perdido la
cifra de los años que yazgo en la tiniebla”. El Aleph. J. L. Borges
Fue el inicio de las bocas en sus besos
abarcantes, la lenguas interpenetradas en los labios entreabiertos desesperados
por las incesancias de hundirnos en el otro a como de lugar. No de bruces
bocabajo como era de esperarse sino cabalgando el músculo oponente de mi pulgar,
semioculta en la sensual en la textura suave y lisa de la seda blanca con el dormido
pezón marcado en el albo paisaje. Dejé vagar mis lamidos en su cuello, en el
lóbulo de su oreja izquierda, en su ombligo, en las ingles, mientras sus
quejidos ya iban inquietando de ardores la undécima altura. Se quedaba
quietecita gozando los avances manuales, los hurgamientos y las caricias impúdicas,
ambos encantados del tacto dado y recibido. Aunque no hubo, otra vez, el
lujurioso plátano en su boca de las párvulas ludopatías imaginadas del
preámbulo, me arrebaté de su mano en mi verga que me escaldaba en onanistas
sensaciones como si vertiera sobre mí sus aguas hirvientes. Masajeé goloso su
canalón lobachevskiano, sublime hondura sensible, tibio y sensual canal previo
a la apretada fisura de sus glúteos, acaricié la pomposa y túrgida convexidad
prominente de sus nalgas sin atrever a surcar su hendidura interglútea. Deslicé
mi lengua por su vientre, tiré de sus vellos púbicos capturados en mis labios
con la gozosa y lúdica perversión de un niño engolosinado, lamí su vulva con
hartazgos desaforados imbuido del arrebato cunnilínguistico de mi boca lengua
labios mentón nariz, relamí enviciado la tersura de sus muslos con sus manchitas
desperdigadas, me cobijé por momentos enternecido en la convergencia sexual de sus
muslos. Boca arriba encandilado por el blanco sol de papel sentí la oculta condesa
im-pene-trable descendiendo lenta y voluptuosa desde mi boca besada hasta mi
falo que su boca succionaría con tragona parsimonia, a ojos cerrados la percibí
recaminando sobre mí a lo largo bajando hasta las priápicas regiones para
apresar con su surco abierto y húmedo la erecta verga yaciente y horizontal. Y
ahí jugó al frotamiento, al sensible deslizamiento vulvo-fálico, y se fue
quedando sin aire sofocada por las arrebatadoras vicisitudes del sexo en plena
tarde. Yo la manoseaba incesante y entera buscando los incestuosos cobijos
negados, atrapé juguetón su entero pubis en mi mano abierta con sus vellos
ralos y la pequeña selva vertical en el surco del goce. Insistió en masturbarme
vehemente pero terminó pidiendo ayuda a la mano enemiga, y hubo un cambio de manos
para alcanzar la necesaria eyaculación. El anochecer invadió la grata
circunstancia, todo se sumió en amorosas intenciones, excepto que la mère mauvaise hacía como que no supiera que
lo único que busco es que me acurruque maternal e incestuosa, y ella, la única
que puede hacerlo me lo niega, no sé si no lo hace por su crueldad instintiva
de hembra indómita o por miedo a enredarse en un confuso amor de carnaval y
fanfarria con un fauno que siempre ha sido infiel.
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