sábado, 7 de junio de 2014

MALAMADRE (Chlorophytum comosum)

“He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla”. El Aleph. J. L. Borges

Fue el inicio de las bocas en sus besos abarcantes, la lenguas interpenetradas en los labios entreabiertos desesperados por las incesancias de hundirnos en el otro a como de lugar. No de bruces bocabajo como era de esperarse sino cabalgando el músculo oponente de mi pulgar, semioculta en la sensual en la textura suave y lisa de la seda blanca con el dormido pezón marcado en el albo paisaje. Dejé vagar mis lamidos en su cuello, en el lóbulo de su oreja izquierda, en su ombligo, en las ingles, mientras sus quejidos ya iban inquietando de ardores la undécima altura. Se quedaba quietecita gozando los avances manuales, los hurgamientos y las caricias impúdicas, ambos encantados del tacto dado y recibido. Aunque no hubo, otra vez, el lujurioso plátano en su boca de las párvulas ludopatías imaginadas del preámbulo, me arrebaté de su mano en mi verga que me escaldaba en onanistas sensaciones como si vertiera sobre mí sus aguas hirvientes. Masajeé goloso su canalón lobachevskiano, sublime hondura sensible, tibio y sensual canal previo a la apretada fisura de sus glúteos, acaricié la pomposa y túrgida convexidad prominente de sus nalgas sin atrever a surcar su hendidura interglútea. Deslicé mi lengua por su vientre, tiré de sus vellos púbicos capturados en mis labios con la gozosa y lúdica perversión de un niño engolosinado, lamí su vulva con hartazgos desaforados imbuido del arrebato cunnilínguistico de mi boca lengua labios mentón nariz, relamí enviciado la tersura de sus muslos con sus manchitas desperdigadas, me cobijé por momentos enternecido en la convergencia sexual de sus muslos. Boca arriba encandilado por el blanco sol de papel sentí la oculta condesa im-pene-trable descendiendo lenta y voluptuosa desde mi boca besada hasta mi falo que su boca succionaría con tragona parsimonia, a ojos cerrados la percibí recaminando sobre mí a lo largo bajando hasta las priápicas regiones para apresar con su surco abierto y húmedo la erecta verga yaciente y horizontal. Y ahí jugó al frotamiento, al sensible deslizamiento vulvo-fálico, y se fue quedando sin aire sofocada por las arrebatadoras vicisitudes del sexo en plena tarde. Yo la manoseaba incesante y entera buscando los incestuosos cobijos negados, atrapé juguetón su entero pubis en mi mano abierta con sus vellos ralos y la pequeña selva vertical en el surco del goce. Insistió en masturbarme vehemente pero terminó pidiendo ayuda a la mano enemiga, y hubo un cambio de manos para alcanzar la necesaria eyaculación. El anochecer invadió la grata circunstancia, todo se sumió en amorosas intenciones, excepto que la mère mauvaise hacía como que no supiera que lo único que busco es que me acurruque maternal e incestuosa, y ella, la única que puede hacerlo me lo niega, no sé si no lo hace por su crueldad instintiva de hembra indómita o por miedo a enredarse en un confuso amor de carnaval y fanfarria con un fauno que siempre ha sido infiel.



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