Anoche te esperé en el sueño, recorrí de esquina a esquina el parque de siempre, te busqué detrás de
las estatuas, en los escaños anochecidos, en el reflejo lunar del estanque de los peces
silenciosos, en el zureo nocturno de las palomas, te busqué
en los jardines de rosales y de magnolias, en la frescura del pasto dormido, en
los lugares donde nunca nos besamos y en los sitios donde nuestras huellas
contrapuestas nos delatan al amanecer, en fin, te busqué hasta la orilla del
sueño y no, no apareciste. Entonces te miré dormir toda la noche, sin tocarte,
solo con mi ojos acariciando cada fragmento de tu cuerpo que quedaba desnudo
fuera de las sábanas, tus brazos impúdicos, el escote acosado por tu respiración en
sueño, en algún momento el destello de un suave muslo buscando
frescura, tu rostro dormido atravesando un sueño donde yo no estaba pues te
miraba dormir extasiado en tu quietud de esfinge o de gárgola. Pero sé que
existe otro alguien que ya habita instalado en tus sueños y te genera entrabadas
sensaciones y te posee en lujuriosas rutinas, y que te hace rendirte a sus
caricias repetidas como en un rito cotidiano, que sabe por innumerables ensayos
y errores llevarte al éxtasis que humedece tu cuerpo hasta saciarte. Tonto de
mí, que creí que solo era yo, crédulo mendigo, que podía penetrar tus sueños. Pero
también sé que yo soy el dueño de tu rosa embebida, de sus
latidos y de la dulce densidad de sus brebajes, de sus ardores escondidos en
los medanos de tus insomnios y de cada sensación que la estremece, y tú lo sabes,
lo has sentido, lo has vivido más de una noche mientras te rompo la boca a
besos porque yo soy el sátiro que traspasa y penetra tus
remilgos de gata infiel mientras alguien duerme a tu lado sin soñarte.
jueves, 12 de junio de 2014
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