Pour madame, vous savez
Vivo en tus espejos y en los reflejos de
metales y cristales, agazapado y quieto, invisible a tus escrutinios caseros
enviciado en tu exhibicionismo inocente acechando los momentos instantáneos de
tu cuerpo desnudo expuesto en las brevedades cotidianas. Me escondo tras el
vaho de la luna de azogue cuando el vapor del agua que resbala por tus pechos,
tu vientre y tu pubis, por tus muslos y tus piernas, por las sinuosas dunas de
tu espalda y por tus nalgas, se despliega como una húmeda bruma cómplice. Después
me vuelvo a reflejar en cada gotita que se queda titilando atrapada en el
delicado páramo de la urdimbre genital de tus vellos púbicos, y en este otro
reflejo me disgrego en infinitos ojos cautivos por el vértigo perfumado de tu
vúlvica corola. Sobrevivo apegado a los rincones de tu baño para observar
arrobado envidiando la esponjosa toalla que te seca y abraza y acaricia con su
mullida textura como el cuerpo excitado de un amante que te abarca en el deseo.
También me oculto en los guardapolvos de tu dormitorio mañana y noche para
disfrutar goloso, excitado y extasiado de tu rito incesante de vestirte y
desvestirte. Persigo tus rutinas como un pequeño insecto rastrero en el piso
esperando con la vista fija hacia arriba que cruces en falda sin pisarme por el
cielo abierto hasta tus bragas, o como una mosca macho en el cielo raso de los
cuartos por donde deambulas semidesnuda a la caza visual de tu escote. A veces
te espío en íntimas y pudorosas instancias, pero no cierro los ojos, y me quedo
extasiado revoloteando como un moscardón transparente y silencioso atrapado en
tu sagrada persistencia.
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