jueves, 12 de junio de 2014

FELATICIA (Palimpsesto)


“¿A donde fue aquel cuerpo
que debió ser inoculado?
¿En donde están esas piernas
que abrazaban mi cintura?
Qué fue de esa boca felatica…”
Celibato, Ramiro Pérez Llamoca

Ella sabía que hay dos lugares donde brotan las más intensas sensaciones en el pene, la parte superior, el glande, y la parte que une los testículos con el ano, el perineo, y se afanaba en esa pequeña zona de infinitos terminales nerviosos estimulándola suavemente con la lengua o con los dedos cuando ocupaba su lengua en otra parte. Sabía que lo primero era lograr una buena erección, entonces iniciaba el rito acariciando mi pene suavemente por encima del pantalón mientras lo liberaba de la prisión de la ropa y seguía sobajeándolo hasta que notaba que estaba bien rígido. Si por tímidas razones mi erección se demoraba la promovía acariciando los testículos con una mano y con la otra agarraba el pene con decisión y lo emborrachaba en un incremental sube y baja hasta que más tarde o más pronto lograba la rigidez necesaria y deseada. Una vez que me lo ponía bien tieso me miraba a los ojos y pasaba incitante su lengua por los labios para humedecerlos antes de comenzar a chupar mi miembro ansioso. Luego acercaba su boca al balano, respiraba sobre él con fuerza para que yo sintiera el calor abrasador de su aliento y lentamente con la punta de la lengua comenzaba a recorrerlo con pequeños y delicados movimientos circulares sobre el glande y también en el frenillo, ponía la cabeza de lado y me daba pequeños mordisquitos pero con los labios, nunca con los dientes. Luego seguir éste juego fálico un buen rato intuía, hembra experimentada, que ya se daban las condiciones para introducir mi pene en su boca, lo iba haciendo en una lentísima ceremonia, introduciéndolo y sacándolo, manteniendo la presión labial y el masturbatorio ritmo atávico. Seguía en ese lúbrico movimiento de bajar y subir los labios por mi verga, introduciéndolo más profundo en cada bajada, y luego volvía a hacerlo con menos profundidad. Así continuaba hasta el momento de la eyaculación, como yo tendía a introducir el falo con más fuerza y profundidad dentro de su boca, ella se retraía un poco para evitar el atragantamiento. A veces se tragaba el semen, y mantenía el miembro en su boca uno segundos más hasta que lo sentía ya fláccido y saciado. Siempre, si era posible, me miraba fijamente a los ojos mientras me estaba felando, intuía en su naturaleza de hembra sumisa que eso me enloquecía. Y por supuesto, sabía que la práctica insistente era lo que le daba su divina maestría.

No hay comentarios: