“¿A donde fue
aquel cuerpo
que debió ser
inoculado?
¿En donde están
esas piernas
que abrazaban mi
cintura?
Qué fue de esa
boca felatica…”
Celibato, Ramiro
Pérez Llamoca
Ella sabía que hay dos lugares donde brotan
las más intensas sensaciones en el pene, la parte superior, el glande, y la
parte que une los testículos con el ano, el perineo, y se afanaba en esa pequeña
zona de infinitos terminales nerviosos estimulándola suavemente con la lengua o
con los dedos cuando ocupaba su lengua en otra parte. Sabía que lo primero era lograr
una buena erección, entonces iniciaba el rito acariciando mi pene suavemente por
encima del pantalón mientras lo liberaba de la prisión de la ropa y seguía
sobajeándolo hasta que notaba que estaba bien rígido. Si por tímidas razones mi
erección se demoraba la promovía acariciando los testículos con una mano y con
la otra agarraba el pene con decisión y lo emborrachaba en un incremental sube
y baja hasta que más tarde o más pronto lograba la rigidez necesaria y deseada.
Una vez que me lo ponía bien tieso me miraba a los ojos y pasaba incitante su
lengua por los labios para humedecerlos antes de comenzar a chupar mi miembro
ansioso. Luego acercaba su boca al balano, respiraba sobre él con fuerza para
que yo sintiera el calor abrasador de su aliento y lentamente con la punta de
la lengua comenzaba a recorrerlo con pequeños y delicados movimientos circulares
sobre el glande y también en el frenillo, ponía la cabeza de lado y me daba
pequeños mordisquitos pero con los labios, nunca con los dientes. Luego seguir
éste juego fálico un buen rato intuía, hembra experimentada, que ya se daban las
condiciones para introducir mi pene en su boca, lo iba haciendo en una lentísima
ceremonia, introduciéndolo y sacándolo, manteniendo la presión labial y el masturbatorio
ritmo atávico. Seguía en ese lúbrico movimiento de bajar y subir los labios por
mi verga, introduciéndolo más profundo en cada bajada, y luego volvía a hacerlo
con menos profundidad. Así continuaba hasta el momento de la eyaculación, como
yo tendía a introducir el falo con más fuerza y profundidad dentro de su boca, ella
se retraía un poco para evitar el atragantamiento. A veces se tragaba el semen,
y mantenía el miembro en su boca uno segundos más hasta que lo sentía ya
fláccido y saciado. Siempre, si era posible, me miraba fijamente a los ojos
mientras me estaba felando, intuía en su naturaleza de hembra sumisa que eso me
enloquecía. Y por supuesto, sabía que la práctica insistente era lo que le daba
su divina maestría.
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