sábado, 28 de junio de 2014

IMPURAS FENIXIONES


El rito constituye el Secreto. No conciben los pecados carnales, ni de palabra, ni de obra ni de pensamiento, se erotizan mirando gozando comentando un mismo video porno, compartido en vivo o a la distancia virtual, juegan roles lésbicos, gays, incestuosos, prostibularios, son dos pero a la vez son más en sus orgiásticas fantasías. [El Secreto] se transmite de generación en generación, pero el uso no quiere que las madres lo enseñen a los hijos, ni tampoco los sacerdotes; la iniciación en el misterio es tarea de los individuos más bajos. Ella lo sodomiza refregando su vulva abierta sobre sus nalgas, él la canalea deslizando su verga erecta en el cauce húmedo de su la vulva sin penetrarla. El acto [el Secreto] en sí es trivial, momentáneo y no requiere descripción. Se lamen el ano, se dedean el ano con pequeñas penetraciones digitales, hacen juntos imaginarios viajes a Sodoma y a Gomorra, retienen el orgasmo y la eyaculación hasta saciarse de locas perversiones porque saben que el goce se termina en el clímax. No hay templos dedicados especialmente a la celebración de este culto, pero una ruina, un sótano o un zaguán se juzgan lugares propicios. El Secreto es sagrado pero no deja de ser un poco ridículo; su ejercicio es furtivo y aun clandestino y los adeptos no hablan de él. No hay palabras decentes para nombrarlo, pero se entiende que todas las palabras lo nombran o, mejor dicho, que inevitablemente lo aluden. Se dildean uno al otro usando objetos fálicos no convencionales, se calientan diciéndose palabras soeces, vulgares, asquerosas, groseras, obscenas, ordinarias, procases, exploran el cuerpo del otro hasta en sus más íntimos rincones, exploran los instintos del otro hasta en sus más oscuras cloacas, se masturban frente al otro sin melindres, pudores ni recatos, con pleno desenfado y libre desparpajo. Una suerte de horror sagrado impide a algunos fieles la ejecución del simplísimo rito; los otros los desprecian, pero ellos se desprecian aún más. Se aman escondidos en sus inofensivas y clandestinas aberraciones sexuales, se entregan al otro vulnerables y sumisos confiando en su respetuoso y sensual criterio, intercambian pornográficas misivas con excitantes y depravadas palabras e imágenes. El Secreto, al principio, les pareció baladí, penoso, vulgar y (lo que aún es más extraño) increíble. Untan sus dedos en todos los fluidos corporales del otro en una pervertida química sexual, hurgan cada uno en sus fantasías y trancas más secretas para compartirla en sus íntimas orgías, juegan al voyerismo escondido y el exhibicionismo consciente. Alguien no ha vacilado en afirmar que [el Secreto] ya es instintivo.

Nota.- En cursivas párrafos de “La secta del Fénix”, Jorge Luis Borges, 1944.

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