Fantasía onanista, otra más.
Yo estaba ahí maldita, rumiando
mi desengaño mientras te reías como reina egipcia entre las miradas de los
otros, ahí estaba yo, ahogado en mis furiosos celos de los que te hablaban y
miraban y deseaban sin saber que eres mía hasta la medula, hasta el concho de
tus recuerdos que he borrado a puro beso, a puro acecho, a pura seducción de
palabra y poesía, yo estaba ahí en ese rincón hacia donde nunca miraste porque
te sentías diosa esparciendo tus feromonas de hembra en celo a dos manos y
campaneando tu cuerpo mío como si yo no existiera. Pero para que sepas,
maldita, yo
fui uno de tus violadores, pensé que me reconocerías por la ternura con que te
violé, aunque reconozco que abusé de tus senos, los mamé, chupé, succioné y
acaricié con vicio, con impudicia, con perversión, te mordí tus pezones hasta
que gritaste de dolor placer. Yo pagué para acceder a tu celda, y los malditos
carceleros me dijeron que eras la mejor, la más caliente, la que más grita, la
más sumisa en la hora del estupro populoso. Y cuando después de haber abusado hasta
el hartazgo de tus pechos, de tus ricas y mullidas tetas, comencé a buscar tu
sexo con mis dedos lo encontré pegajoso, mojado no de tu néctar si no del
humillante semen de otros machos, por eso, aunque eso despertó mi morbo mas
sucio y pervertido, evité pene-trarte y te masturbé violentamente, con rabia,
con un asco que se mezclaba con un misterioso placer aberrante, mis dedos
chapoteaban en ese charco seminal de los machos anónimos mientras yo me
masturbaba como un adolescente depravado hasta que se unieron en la misma
epifanía tu orgasmo y mi eyaculación, y te dejé dormida y saciada, y me vine
evitando pensar en lo sucedido para que después me pareciera mentira.
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