“Me dormí abrazada
a ti, gracias por tu abrigo, tu calor.” C. R.
Eso era, sentía un cuerpo apegado el mío,
unas piernas trabadas con las mías, un pubis de ralos vellos restregándose sexual
y voluptuoso en mi muslo, sentía su humedad caliente, encharcada, derramándose
sobre mi piel insomne, el revoloteo sutil de las mariposas de sus dedos
enredadas en mis vellos ensortijados, su roce tenue y sensual en mi laxo falo
despertándolo, sentía una presencia desatada de hembra sigilosa, de esfinge
pudorosa enfrentada a sus demonios, ahí con su desnudez temerosa y los ojos
cerrados para no ver en la oscuridad el relumbre de sus deseos iluminando las
contravenciones de tratos, pactos y contratos, para no ver en los espejos del
tiempo venidero sus manos venerando la sensible y turgente erección provocada. Sentía
que una boca hambrienta de succiones bajaba por mi cuerpo estremecido,
descendía concentrada en sus carnívoras vehemencias pecho abajo más allá de mi
ombligo, atravesando mi vientre anhelante y mi pubis incendiado, y remontaba a
viva lengua mi erguido miembro hasta la misma tersa puntita del glande
sonrojado, y transgrediendo protocolos y convenios me abusaba penetrándose
penetrándola en sus apretada húmeda deliciosa profundidad sexual. Y sentía que
me cabalgaba entre mis quejidos enloquecidos, derrumbando el muro del pudor y
fundiendo la piedra dormida de su volcanismo subterráneo, gozándome a su placer
y antojo, acoplados copulando en ese infierno de nuestro propio paraíso entre
salvajes mariposas y los pervertidos aullidos del fauno de peluche, y sentía
que su orgasmo y mi eyaculación se emulsionaban en una alquimia de íntimos
brebajes y denso licor eyaculado, iluminados por las luces de luciérnagas
encandiladas, del silencioso plenilunio y de lejanos barcos imaginarios.
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