miércoles, 16 de julio de 2014

MI MANO SOBRE TU MUSLO


Dejar mi mano en tu muslo como una paloma dormida instaurando en tu piel su tibieza persistente, dejarla que anide o enraíce como una hiedra en el muro de tu inexpugnable castillo, asumir la suave tersura de tu tacto en los intramuros de tu falda. La mano revoloteando por la tersa curvatura del muslo, absorbiendo su calor impaciente, la inmanencia de tu sensualidad extraviada por los años de sequía o imperdonable celibato voluntario. Acariciarte el muslo, darle toquecitos ligeros para no abrumarte con la intensidad de mis deseos, como de pasadita, sin rumbo definido, limitado a las voluptuosas sensaciones, sin ir más allá, ni más arriba, ni más abajo, contenido. Sobar, no manosear, masajear declinando el imperativo de los instintos y del goce momentáneo, abarcar a mano plena y cruzada, perpendicular, la curva perfecta del muslo, el pulgar indicando hacia el icono circular de la rodilla. Subir sigiloso, lento, como no subiendo, acercar la mano tarda, pausada, lánguida a la flor inquieta, como para tocar una mariposa detenida en un vértice esencial sin que emprenda el vuelo asustada, y sorprenderla en su tentadora somnolencia, expectante. Ascender hasta alcanzar cauto y furtivo la breve y blanda convexidad del cuenco invertido de tu sexo con el borde exterior del meñique, sentir el roce turgente, esa cálida humedad que traspasa la delgada y tenue tela de tus bragas, intuir los latidos de tu vulva destilando la secreta poción de su hechizo animal. Dejar mi mano ahí, quieta, mimetizada en la tibieza, impregnándose de tu sexual mojadura con las subterráneas raíces de mi solapada lujuria.


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