El sexo es sucio.
Debe serlo, casi por definición. Para que el sexo funcione, debe haber al menos
un razonable intercambio de fluidos. Por eso bebo en ti y bebes de mí,
derramados, escurridos, sorbentes, goteantes o chijeteantes, sedientos y
embebidos. El sexo es sudor, piel, olores
que no se encuentran en frascos caros de perfumes. Es soltar la lengua y la
nariz para que recorran lugares lejanos, intersticios oscuros, soltar el
instinto con absoluto descaro. Por eso te huelo entera, ingles, axilas,
vulva, te lamo y absorbo, te succiono y te muerdo, te seco los sudores y los
fluidos a lengua viva. El sexo es carne
expuesta, intemperie contaminante en la que el otro nos desborda inundándonos
con todo aquello que de él emana, se desprende, se ofrece en desparpajo. Por
eso me relamo sediento en las gotas de tu íntimo brebaje, por eso eyaculo en ti
vertido por donde sea, esparcido por tu piel, por tus manos, en tu sexo, si me
dejas. Cualquier temor imposibilita la
sorpresa y la espontaneidad, y a medida que se resguarda el yo persona, el
instinto es salvajemente sometido y el sexo se convierte en una estampita mal
impresa. Por eso me desato para desatarte, por eso me entrego a ojos
cerrados para cerrar los tuyos y desbordarnos en la vorágine de la copulación, la felación y el cunnilingus.
De ahí, que más allá de las convicciones
y de lo que creamos profundamente, hay que dejarse caer en ese impulso
absolutamente contaminante, sucio, inmundo, hediondo, decididamente nulo de
higiene pero colmado de asombro y de vida. Por eso me sumerjo en ti sin
respirar hasta las lúbricas honduras de tu sexualidad compungida, y ahí me
inflamo de goces y desahogos para que la vida me fluya en urgentes aguas vivas.
Nota.- En cursivas fragmentos seleccionados de “Deformación
profesional” de Jorge Navone, con leve edición.
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