“Desnuda eres tan
simple como una de tus manos:
lisa, terrestre,
mínima, redonda, transparente.”
Desnuda. Pablo
Neruda.
Será después de medianoche, cuando el
nocturno te desvista en los espejos y los ventanales te espíen los pechos
escondidos en los cortinajes y los ruidos de la calle decanten en las fisuras
de los muros para dejar tu voz convertida en susurros. Dejaré que el obligado cautiverio
se te deshaga en la piel desnuda para ir a roer con mis besos iracundos los
últimos vestigios que te quedan del día. Medraremos en la mucha pasión y los muchos
apasionamientos que declaran los muchos textos y las muchas sensaciones soñadas
que testifica la memoria de lo vivido, yo ahí otra vez visitante en tus sueños,
acurrucándome sigiloso en tu cuerpecito que estará ardiendo no de fiebre, y tú
dejando que me escape en ti destos (sic) fríos tramontanos a pesar de mis malas
intenciones y sin mediar palabras. Hundiré mis ojos en tu vientre en un salvaje
intento de poseerte desde dentro, de iniciar la cópula desde tus mismas entrañas,
de invadir tus senos punzando en el revés de tus pezones, de descubrir las
raíces de tu ombligo y los subterráneos goznes de tus axilas, de entender el
artilugio que abre tus muslos en el deseo y los junta desesperados en el
vértigo de la consumación, de ahogarme alucinado en el delicado reverso de la
obscena hondura de tu vulva. No veré la fría madrugada atrapado entre tu cuerpo
y tu lecho calentitos, me dejaré navegar por tus manos de sirena y por tus
labios veleros, me extraviaré en la breve selva de tu pubis buscando el rumbo
de tu aroma hasta que las velas no ardan.
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