Si eres adicta a mí te puedo comer entonces, de
a pedacitos, untada en salsa de tamarindo, en esa dulce acidez de color damasco
rosado, y lamer bien cada fragmento antes de mascarlo, ciertos trocitos
surcarlos con mi lengua, despacito para saborearlos bien, experimentar su
blanda textura, el aroma de esas tajadas sabrosas, otros partirlos con la uña,
humedecerlos con mi saliva y chupar sus juguitos, lamer las gotitas,
mordisquear las puntitas, hundir la lengüita en esos pliegues de carne viva, encarnar
el dedito en esa salsa calientita y chuparlo para embriagarse de sus sazones, golosear
los pedacitos mas húmedos, punzarlos para sentir su mórbida blandura, morder
esos pedazos más grandes, arrancarles trozos palpitantes, masticarlos
ensalivados o tragarlos hasta atragantarse de tu cuerpo y deglutirte de un solo
tarascón. Succionar los densos licores de tus ansias insatisfechas, saciarme de
tus condimentos y tus adobamientos, oler tus humos incitantes al irte quemado
en los rescoldos de las brasas que quedan aun bajos las cenizas de tus
desasosiegos y recatos malvenidos, degustar los caldos quemantes de tus carnes
bien marinadas, sorber esa sopa densa que escurre lenta y enjundiosa escaldando
los labios enviciados, beber el candente consomé que derramas al irte salteando
en las llamas del pecado de la gula y sazonando con las especias de la desatada
lujuria. Si eres adicta a mí, puedo devorarte entera, vivita y coleando en una
antropofagia salvaje, de dientes filosos y hambres insaciables, solo debes
dejarte trinchar y cortar en rebanadas para que seas el bocado que guarda el
chef para su propio consumo.
martes, 15 de julio de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario