Esos besitos suavecitos con tu lengüita, ricos,
deslizándose avarientos por mi cuerpo desnudo sobre las breves y mullidas
pieles de tu lecho, tu boca siguiendo los senderos del desmadre hacia mi
entrepiernas donde mi miembro te espera laxo para iniciar su fálica
verticalidad viril. Esa lengüita que tienta al demonio, que abre otra vez el
portalón que da acceso a los instintos latentes, al fornicio y la sublimación,
a los mármoles de tus muslos y al moreno túmulo ansioso, al rastrojo de mis
dedos en tus vellos púbicos, al roce de tu lengua por mi vientre encendiendo en
cercanía voraz el fuego erguido del falo. Tú, bocabajo desnuda sobre las breves
y mullidas pieles de tu lecho, mi boca siguiendo los senderos que llevan a la
gruta de tus desesperaciones, de tus estremecimientos, de tus retorcimientos exasperados,
de tus quejidos mordidos y a los cánticos celestiales del orgasmo. Tú de bruces
sobre el lecho de los pequeños felinos dejando que te manosee a destajo, desde
tu cuello por tu espalda y tus caderas en la suave convexidad lumbar en tus
divinos glúteos en la inquietante hendidura interglútea que abro hambriento
como un fruto codiciado y lamo insertando mi lengua en esas carnes abundantes
hasta acceder a la oculta flor del sur y en ella sumerjo mi golosa voracidad
lingual. O dejar que mis voces pervertidas te exciten dejando que tu
imaginación siga la ruta marcada por mis manos en tu cuerpo hurgando sus
pliegues humedecidos por el rocío de los instintos, dejar que te fugues por los
laberintos de tus temores hacía adentro, dejar que te sueñes invocante y
sagrada, huyendo de las fornicaciones y de los encantamientos, desatada en la
alta soledad del mar imaginario. Tú decides.
sábado, 12 de julio de 2014
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