domingo, 6 de julio de 2014

NADA EN SU MELANCOLIA


“Tengo ganas de comer chocolates y llorar mucho, pero también quiero brincar bajo la lluvia, también deseo estar tendida en una cama y charlar de cosas simples”. F. de L.

Vengo por tu fantasía de que no te hablen y solo te acaricien. Que te penetren pero te hagan sentir los orgasmos tan solo con los labios, que beban de tus senos erectos pero que no te penetren. Y será solo el silencio y mi boca en tu vulva, en tus pezones, en tus ingles, y mi propia mano en mi verga, sin penetración, solo la piel contra la piel. Tengo claro que tú no puedes ni debes ser fiel, no importa niña de la lluvia, esa es tu mayor seducción, ser evasiva y sensual, ser hembra ardiente y dulce mujer, ser romántica y sexual, todo al mismo tiempo y en el mismo lugar, sobre el mismo cuerpo, y un macho viejo no necesita fidelidad, además que tampoco yo la doy, solo busco cercanías de piel, la sensualidad del contacto de dos cuerpos desnudos, la intensidad de los restriegos, las caricias íntimas, el goce compartido en la misma copa. Cuantas veces te he imaginado entre mis brazos, de distintas maneras y en distintas circunstancias, a veces abrazados hablando de poesía, afuera llueve intensamente, es atardecer de invierno, y ambos estamos muy solos, otras estamos desnudos, es verano caluroso, estamos sentados en sillones, frente a frente, mirándonos sin deseos, solo explorando lo que somos, o ambos nos estamos masturbando mirándonos excitados pero sin tocarnos, como un rito de delicada perversión. También caminando despacio por las calles llenas de gente, rozando nuestras manos furtivamente, riendo de que todos nos crean amantes. Y hace tiempo nos imaginé atrapados en una cópula desaforada y bestial, buscando y experimentando todas las variantes sexuales posibles para después escribirlas como largos poemas en dueto. Es que mientras te voy conociendo en tu lejana presencia siento cierta sensación de voluptuosidad, de estar espiando escondido los íntimos vericuetos de tu vida, de tu extraña sexualidad y de tu sensualidad densa, quieta y sublime. Y me adentro extraviado en tu misteriosa opacidad y vuelvo a verte como siempre te vi; una dama de la bohemia romántica, que debió haber nacido en París a fines del siglo XIX, donde hubieras sido musa, escritora, amante de artistas, o quizás lesbiana o pintora.


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