jueves, 24 de julio de 2014

LA NOCHE INSTALADA


“Cuando queremos ver nuestra propia sombra nos damos cuenta (muchas veces con vergüenza) de cualidades e impulsos que negamos en nosotros mismos, pero que podemos ver claramente en otras personas”. Carl Gustav Jung.

La noche humedece su sexo palpitante mientras se escurre su imaginación hacia placeres escondidos, a antiguos goces carnales, a reminiscencias que su piel memorizó en lechos y en oscuros rincones. Los hombres que la poseyeron son fantasmas, son vergas sin rostro, falos anónimos, manos sin nombre que la saciaban en caricias, labios y lenguas que hurgaron y penetraron su veleidosa intimidad. La noche se afiebra de imágenes y deseos no saciados, el tórrido dormitorio huele a sus jugos en lentos derrames, a su perfume de hembra ardiendo en la egolatría del ceremonial masturbatorio. La sensual nocturnidad le arde en su vulva que se va abriendo como una flor ansiosa de ser polinizada. El roce sobre el lecho le quema la espalda, los glúteos, los muslos las pantorrillas los talones, entre las sabanas su desnudez es una urgente tentación al pecado. Y su mano baja y se enreda entre sus vellos por donde su dedo busca su caliente humedad vertical y toca el pequeño capullo de mórbida carne sensible y despierta los primitivos instintos del deleite sexual. La noche esta llenándose de sus quejidos y sus grititos de placer solitario, todo arde en ella a través de su mano, es hembra toda de su dedo macho que rebusca el orgasmo en su botón sensible, y en la noche calurosa sus sudores refulgen en su carne palpitante, llega el gozo en estremecimientos y latidos íntimos. Grita mordiéndose los labios. La noche esta serena y calma, una suave brisa que solo ella percibe la envuelve, respira cansada pero colmada de ese placer solitario, consumado bajo la comprensiva mirada voyerista del omnipresente Onán.


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