martes, 15 de julio de 2014

NOCTURNO SECRETO (Palimpsesto)


Estábamos prohibidos el uno para el otro. La lucha entre lo que se debe y lo que se desea. Todo eran insinuaciones. Muy sutiles. Entonces le propuse vivir una noche secreta, llevar a la realidad las fantasías que yo y ella compartíamos. Sería nuestro secreto. Se río y dijo que le parecía una propuesta interesante. Nos besamos. Fue mágico, confieso que por momentos estaba temblando. La forma en que me miraba me despertaba un deseo imposible de describir. Fuimos a un hotel y entramos entre risas a la habitación, como dos niños en plena travesura. Volvimos a besarnos, nos abrazamos con desesperación, mis manos acariciaban su espalda, sus glúteos, su entrepierna. No había palabras, solo suspiros y ligeras exclamaciones. Nos fuimos sacando la ropa en forma torpe y apresurada. Entre besos, entre lenguas que se anudaban, entre labios que se buscaban con hambre. Ella quedó solo con unas breves bragas negras. Se arrodillo ante mí, yo me bajé el slip y suavemente le puse la verga en la boca. Ella comenzó a chuparla con movimientos lentos, tomándola apenas con la mano izquierda. Silenciosamente la introducía toda en su boca y la volvía a sacar, casi por completo, para luego volverla a introducir. Su lengua la acariciaba en el recorrido. Miré hacia un espejo que había a nuestra izquierda y no pude creer la imagen que devolvía: Ella chupándomela, ella y yo desnudos, ella y yo calientes. Cuántas veces lo había imaginado. La tomé de la parte posterior de la cabeza y se la hacía tragar hasta la garganta provocándole una breve arcada. El pelo lacio y oscuro sobre sus hombros, sus mullidas tetas en la luz tenue del cuarto, sus ojos cerrados y sus labios alrededor de mi pene desesperadamente erecto. La llevé a la cama, para besarla, para acariciarnos, para explorar nuestras intimidades, que en nuestra noche secreta habían dejado de estar prohibidas. Besé sus tetas, las chupé, las lamí. Besé su abdomen, sus muslos. Ella abrió las piernas con un suspiro y mi boca se encontró con sus labios más íntimos. Besé su vulva, lamí sus jugos, chupé su clítoris. Hice una pausa para mirarla. Ahora la que observaba el espejo era ella. Me incorporé, la besé una vez más, ella me acariciaba el pene. No esperé más y la penetré mirándola a los ojos. Ella me recibió con un gesto de placer y de súplica a la vez. Comencé a moverse rítmicamente sintiendo un placer supremo a medida que el glande iba y venía por su interior. Nos abrazamos y fuimos manos, piel, muslos, pies, bocas, sudor, brazos, miradas y jadeos en un juego que nos elevaba en un placer creciente. Sus gemidos eran animales, los míos también. Me movía con furia, clavando una y otra vez mi pichula en su concha. Ella pedía más, yo le daba más, sus uñas en mi espalda, mi boca en sus pezones, su lengua en mi boca, mi pene rígido y ardiente penetrado en su cuerpo. Acabamos juntos, gritamos juntos, abrazados, los músculos tensos, el semen brotando de mí en un pulso de estallidos, ella en un grito con los ojos cerrados y el cabello sobre la cara. La prohibición había sido transgredida en esa la que sería nuestra única noche secreta.

Nota.- A partir de “Noche secreta”, de Renzo.

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