lunes, 14 de julio de 2014

MATINAL


“Necesito ternura.” R. D.

Entonces la acurrucaré en mis brazos, sin pedirle permiso, y le haré cariñitos en el pelo, le daré besitos en la frente y le iré diciendo palabras tiernas, susurradas cerquita de su oído para que el vaho de mi aliento le vaya quemando la piel con mis ternuras. Dejaré mis manos acariciar dulcemente sus brazos y sus hombros, sus manos y sus dedos uno a uno, borrando los vestigios de otras manos de alguien que no ha sabido dejar sus marcas en su piel para que no venga otro a usufructuar de esa sensación de dulzuras por florecer en las dulzuras de los cariños recienvenidos. Ahora bien, usted sabe que no podré dejar de mirar su canalillo, con la ampulosa y mullida cercanía de sus pechos ahí tan a mano, pero sin cerrar los ojos liberaré mi boca a sus antojos y trazaré en la palma de su mano la geografía de los territorios donde florecen las rosas y las amapolas de los amores clandestinos, las marismas de las algas y de los peces de los deseos contenidos, y las calidas arenas y los ardientes pedregales de los sueños traspapelados. Usted sabe, también, que no podré dejar de imaginar mi mano deslizándose por la tersura del interior de sus muslos, y quizá lo intente mientras la llevo adormecida por los rumbos de mis dulces devociones, y sienta que las yemas de mis dedos socavan su lánguida voluntad y se abra anegada la flor inquieta y me deje penetrar en la certeza de su posesión imaginaria. Todo eso, señora, para que el día le suceda escondida de todos en la perdición de mis ternuras.


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