(Versión actualizada
y/o expurgada)
Dio cariño, amor y fervor en un
juego enfermizo que no le hacia falta pues poseía el amor, el sexo, la misma
Vida. Entre las magias sin pecados concebidas faltaron miradas, sobraron
silencios, no bastó el solo respirar y las manos apretadas. Prendada de una voz
y de imaginada tibieza. Desarmada, envenenadas y vencida. Un encuentro fresco
de dulces desatinos, a cuerpos vivos en dicha y aventura, caracoles, lagartijas
y colibríes dorados, y un despertar sin nada. Propios verbos de la celda rosa y
verde sublimada, de jardines en los sueños, de girasoles maduros y de duendes
mirones. Conoció sus límites, la inutilidad del verbo, la complejidad de sus
íntimas estructuras, incluso lo que no sabía de si misma, y de pronto vislumbró
el vicio sin salida y se quedó quieta, asustada, temerosa. Inspiró cantos de
desencantos y celacantos antes, durante y después del paso arrasador de una
siempre efímera sombra. Se detuvo ante el asombro del aterrorizante embaucador,
grandioso, majestuosamente egocéntrico, cruel e impiadoso que la petrificó como
sirena atrapada entre las algas. Aceptó en silencio la lapidaria carta escrita
al galope desde el sendero de la huida. Detrás de los velos de humo no alcanzó
a dar otras señales. Fue entonces una polizonte silenciosa en un barco
extraviado, compartiendo el naufragio, la pérdida, la soledad cristalizada
contra un alto muro sin ventanas. En muy pocos días generó una conexión muy
intensa, innegable, de almas antiguas que vuelven a encontrarse, pero era una
obviedad también que ya no tenían posibilidad de sobrevivir al naufragio,
habían insoslayables diferencias agazapadas en los fangos originales. No podía
quebrar sus límites ni la bestia dejar de ser bestia. Eran imposibilidades. Fue
el demonio de sus últimos e inesperados insomnios. Hubo viajes y regresos de un
maldito perro apestoso que supo desde el primer mordisco baboso que en su
sangre estaba el don de un barroco intangible y quiso enviciarla en ese afán
corrupto y secreto, y también en otros vicios terrenales porque conjeturó en su
alma primitiva la intensidad de otras pasiones más oscuras. Y no fue así. Pero siguió
buscándola en los sueños, ahora con más timidez, mas recato, menos pasión y sin
esas pequeñas perversiones colaterales, sin tocarla ni hablarle para no hacer
volar la delicada libélula que la habita. Solo para seguir sus huellas, para
oler clandestino en su cercanía sus perfumes, de sándalo y benjuí, para no
naufragar, otra vez, y hundirse en las desesperaciones de sus sutiles juegos de
evanescentes coqueteos y para no volver a ser el demonio de sus últimos e
inesperados insomnios. Para no ser, una y otra vez, en ella.
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