Se decide a revisar el anónimo mensaje.
Era una fotografía. La imagen de un pene estéticamente perfecto, el glande
cubierto hasta poco más de la mitad por un grueso prepucio rosado y una vena
que iba de la base a la mitad del tronco. Sin pensarlo, responde con otra
imagen, sus pechos cubiertos por su brazo en el espejo lejano. Después de diez minutos,
recibe otra imagen, esta vez es el perfecto glande color rojo brillante al
descubierto. Continuó la charla silenciosa y vulgar por el resto del día, cada
imagen de él más reveladora que la anterior, siempre su verga desde distintos
ángulos y enfoques. Ella, en cambio, muestra fragmentos de su piel
inidentificables, un acercamiento de su muslo, su escote hasta el borde mismo
de sus pezones, sus piernas desde arriba con el primer plano de sus breves
bragas cubriendo su pubis, sus labios entreabiertos, su ombligo. Al anochecer,
ya acostada, otra imagen, su silueta desde abajo, sus piernas cubiertas de
vello y la mitad de su cara cubierta, a causa de la perspectiva, por su enorme
miembro erecto. Ella sin pensar, con la vista fija en ese miembro imponente, desliza
sus dedos por su vulva y comienza a friccionar de arriba para abajo y mientras
más lo hace más la atrapa la sensación. Empieza despacio y luego más rápido
hasta que siente que viene el orgasmo y termina de masturbarse furiosamente
sumergida en una sensación eufórica y apasionada. Siente como una contracción casi
dolorosa en su vulva que le hace cerrar los ojos y gemir arrastrada por una ola
de placer desde la punta de su cabello hasta los dedos de los pies. Se queda
quieta respirando agitada por varios minutos, Ya más relajada se dirige al
baño, se mira al espejo, y entonces se decide, toma el celular, saca primero
una foto de su sexo en penumbras, después su vulva iluminada, completamente
depilada, abierta, aun humedecida, abre la aplicación y presiona “enviar”.
martes, 29 de julio de 2014
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