miércoles, 23 de julio de 2014

CALLEJEOS


Suyo, usted lo sabe.

Andaré de mendigo buscando colillas en las cunetas, reconoceré su taconeo cuando se acerqué, me inclinare haciendo como que recojo algo para mirarle las piernas, o los tobillos si va de pantalón, usted ni siquiera me mirará, pero sentirá un leve estremecimiento porque se sabrá en ese instante intensamente deseada, entonces la seguiré caminando un par de pasos detrás suyo, oliendo su perfume, arrastrado por ese vicio de su aroma, intentando separar la esencia el perfume mismo del aroma de su piel que ya reconozco a cualquier distancia. La seguiré por donde vaya, la acecharé sigiloso y evasivo pero ardiendo en su fogosa cercanía, quizá en algún momento me escurra por su escote por breve que sea y me incruste entre sus pechos, y me amodorre quietecito con el vaivén de su respiración y la tibia sensualidad del canalillo, urgido de su piel, de su olor, de su sudor, ebrio de usted que caminará sabiendo que hay algo en su cuerpo que la intranquiliza como si la espiaran desde adentro de usted misma, como si unas cenizas ardientes invadieran sus instintos. Iré insertado en sus carnales ondulaciones, enredado entre sus vellos púbicos, atrapado en su cálida humedad vertical, estrechado por la tierna blandura de sus senos, iré en sus adentros como un flujo de lava incandescente recorriendo sus venas hasta hacer abrirse sus deseos allí en medio de las calles tumultuosas para obligarla a sentarse en un café y cruzar las piernas apretándolas hasta sofocarme entre ellas anegado y erecto.    


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