Suyo, usted lo sabe.
Andaré de mendigo buscando colillas en las
cunetas, reconoceré su taconeo cuando se acerqué, me inclinare haciendo como
que recojo algo para mirarle las piernas, o los tobillos si va de pantalón,
usted ni siquiera me mirará, pero sentirá un leve estremecimiento porque se
sabrá en ese instante intensamente deseada, entonces la seguiré caminando un
par de pasos detrás suyo, oliendo su perfume, arrastrado por ese vicio de su
aroma, intentando separar la esencia el perfume mismo del aroma de su piel que
ya reconozco a cualquier distancia. La seguiré por donde vaya, la acecharé
sigiloso y evasivo pero ardiendo en su fogosa cercanía, quizá en algún momento me
escurra por su escote por breve que sea y me incruste entre sus pechos, y me
amodorre quietecito con el vaivén de su respiración y la tibia sensualidad del
canalillo, urgido de su piel, de su olor, de su sudor, ebrio de usted que
caminará sabiendo que hay algo en su cuerpo que la intranquiliza como si la
espiaran desde adentro de usted misma, como si unas cenizas ardientes
invadieran sus instintos. Iré insertado en sus carnales ondulaciones, enredado
entre sus vellos púbicos, atrapado en su cálida humedad vertical, estrechado
por la tierna blandura de sus senos, iré en sus adentros como un flujo de lava
incandescente recorriendo sus venas hasta hacer abrirse sus deseos allí en medio
de las calles tumultuosas para obligarla a sentarse en un café y cruzar las
piernas apretándolas hasta sofocarme entre ellas anegado y erecto.
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