Se subió la falda dándome la impúdica y fugaz
visión de sus piernas, sus muslos y de sus bragas. Subió una de sus piernas
sobre el sofá y comenzó a acariciarse el tobillo mientras me miraba, después
subió las caricias hacia la pantorrilla. Era firme y bien torneada. Siguió con
las caricias, pero esta vez hacia los muslos. Al tiempo sus manos se deslizaban
hacia arriba, también subía la falda, aunque con cuidado de no enseñarme más
que las piernas. Se sentó de nuevo en el sofá. Abrió las piernas y siguió
acariciándoselas mientras me miraba con cara lasciva. Estaba disfrutando de sus
propias caricias tanto como yo de mirarla. No dejaba de mirarme en ningún momento,
al tiempo que abría y cerraba sus piernas varias veces. Ya no le importaba que
yo pudiera ver sus bragas, que tampoco cubrían gran cosa puesto que se las
había apartado a un lado para poder acariciarse mejor. Con movimientos cada vez
más frenéticos introducía sus dedos en el interior de su vulva y los volvía a
sacar, frotándolos sobre su clítoris ya húmedo, repitiendo una y otra vez toda esa
lujuriosa obscenidad del acto. Comenzó a jadear, siempre sin dejar de mirarme fijamente,
como gesto de sumisión y de sometimiento, puesto que todo lo que hacía era por
mí y para mí. A medida que yo me masturbaba mirándola desde mi rincón, el ritmo
de las caricias iba aumentando. Sus jadeos eran más ruidosos y había mojado el
sofá con sus jugos sexuales. Podríamos haber estado toda la tarde masturbándonos
de aquella forma sin llegar al orgasmo ni a la eyaculación. Su rostro reflejaba
un placer desbordado y noté que deseaba desesperadamente llegar al clímax. Le
dije que lo hiciera, que se olvidara de mi presencia. Su cuerpo se estremeció
varias veces con increíbles espasmos de placer. Su mano seguía acariciando su
sexo al ritmo de los espasmos. Las convulsiones estremecían su cuerpo, que casi
sin fuerzas cayó tumbado sobre el sofá mientras seguía retorciéndose. Mi mano
aceleró el frotamiento de mi miembro hasta que soltó unos chijetes de denso
semen, exhalé un largo quejido de goce. Poco a poco sus estremecimientos fueron
haciéndose más cortos hasta desaparecer. Su cuerpo quedó inmóvil. Su
respiración era larga y cansada. No tenía fuerzas para moverse. Su voluntad ya
no existía. Su mente ya no era suya. Su sumisión era completa. Era una mujer
nueva. Me acerqué a ella y le acaricié el pelo. Estaba completamente mojado. El
esfuerzo del orgasmo había sido extremo. Sus ojos estaban medio cerrados.
Apenas tenía fuerzas para mantenerlos abiertos. Sus ojos se cerraron del todo. Su
cabeza se relajó totalmente hacia un lado, cubierta por sus cabellos, dando una
imagen de total indefensión. Sonreí complacido.
sábado, 12 de julio de 2014
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