“Los cinco dedos,
por la sombra
impulsados,
en la pared se
agrandan,
pulpo de la noche
cegada.”
Catedral (Motivo).
José Lezama Lima
Se sentará a mi lado tímida o temerosa, con
su falda de amplio ruedo de tela sedosa, con sus torneadas piernas juntas, no
cruzadas, sus tacones negros y su blusa sin escote, las medias oscuras color
negro humo lisas con ligas de silicona y breve encaje, conversaremos mucho de
lo humano y poco de lo divino mientras se encienden los mismos deseos. Dejará
escurrir lento hacia arriba como si no se diera cuenta el borde de la falda,
coqueta e incitante, para abrir el juego con su mejor carta. Sin perder el
finísimo hilo que va hilvanando las palabras posaré mi mano en su rodilla como
si no me diera cuenta, en un gesto de tierna cercanía, pero bajo esa sutileza irá
mi lujuria escondida. Atraparé el calor de su piel en un intento de salvación
por el solo goce palpable, confirmaré el sopor insomne que proviene de sus
poros, de su esencia de mujer consumada, de la delicada fosforescencia de su
recato derrumbado. Mi mano, ya entibiada, subirá como una lenta marea por su
muslo, invadiéndola con su espuma densa y cálida, en cortos oleajes atrevidos,
en avances y retrocesos, sin romper el encanto del momento ni la cauta
intimidad de las voces allá arriba en su propia altura. Ascenderá tentando,
buscando cierta humedad, cierta fiebre escondida y pudorosa, persiguiendo su
ardor sin derramarse cuyos bordes rozará mi mano como los de un estrecho cuenco
vertical de hierro candente, o una tímida y temerosa flor de cerrados pétalos
sumergida en su propio anegamiento.
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