sábado, 19 de julio de 2014

INSTAURACION DE LA CARICIA


“Los cinco dedos,
por la sombra impulsados,
en la pared se agrandan,
pulpo de la noche cegada.”
Catedral (Motivo). José Lezama Lima

Se sentará a mi lado tímida o temerosa, con su falda de amplio ruedo de tela sedosa, con sus torneadas piernas juntas, no cruzadas, sus tacones negros y su blusa sin escote, las medias oscuras color negro humo lisas con ligas de silicona y breve encaje, conversaremos mucho de lo humano y poco de lo divino mientras se encienden los mismos deseos. Dejará escurrir lento hacia arriba como si no se diera cuenta el borde de la falda, coqueta e incitante, para abrir el juego con su mejor carta. Sin perder el finísimo hilo que va hilvanando las palabras posaré mi mano en su rodilla como si no me diera cuenta, en un gesto de tierna cercanía, pero bajo esa sutileza irá mi lujuria escondida. Atraparé el calor de su piel en un intento de salvación por el solo goce palpable, confirmaré el sopor insomne que proviene de sus poros, de su esencia de mujer consumada, de la delicada fosforescencia de su recato derrumbado. Mi mano, ya entibiada, subirá como una lenta marea por su muslo, invadiéndola con su espuma densa y cálida, en cortos oleajes atrevidos, en avances y retrocesos, sin romper el encanto del momento ni la cauta intimidad de las voces allá arriba en su propia altura. Ascenderá tentando, buscando cierta humedad, cierta fiebre escondida y pudorosa, persiguiendo su ardor sin derramarse cuyos bordes rozará mi mano como los de un estrecho cuenco vertical de hierro candente, o una tímida y temerosa flor de cerrados pétalos sumergida en su propio anegamiento.



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