Las citas eran siempre al atardecer, después
del horario de oficina. En su departamento. Tomábamos un café mientras
conversábamos de las rutinas cotidianas y luego entrábamos en el túnel del
deseo, sin mayores preámbulos. En el dormitorio, en la sala, o en la biblioteca.
Era alta, espigada, de cabellos claros y aleonados, ensortijados, de piel pálida,
de piernas largas y torneadas, y un hermoso cuerpo maduro, de rostro algo
adusto, siempre serio. En verano, por el calor, preferíamos iniciar los juegos
en la sala, ella se iba al dormitorio a desvestirse y yo me desnudaba ahí mismo,
la esperaba senado en el sofá, desnudo, masajeando mi miembro a veces ya
erecto. Entonces aparecía ella, con un pequeñísimo colaless, un brassiere y unos
altos tacos agujas que realzaban aun más sus bonitas piernas, todo el conjunto
era de un libidinoso rosado, inolvidable. Se sentaba a mi lado y comenzábamos a
besarnos, a acariciarnos, primero con cariño, después con tierna y amistosa
sensualidad, hasta que nos desatábamos y ella tomaba mi verga y la acariciaba,
la masturbaba, la mamaba inclinada sobre mi pubis. Yo en tanto le sacaba el sostén
y acariciaba sus pechos, apretaba sus pezones, los chupaba, la masturbaba
introduciendo mis dedos bajo el pequeño triángulo de sus bragas, humedecía mis
dedos en sus íntimos jugos y los paladeaba buscando extasiado su sabor de
hembra en celo. Otras veces le pedía que se paseara por la sala para verla,
para gozar esa gloriosa visión de una mujer en su plenitud sexual y masturbarme
como un pajero voyerista compulsivo disfrutando ese cuerpo semidesnudo y alto
caminando altivo y deseado. Cuando ya nos acechaba el vértigo del orgasmo y la
eyaculación entrábamos en una intensa cópula de lujuriosos caracoles, allí
mismo en la sala, o en el dormitorio, o alguna vez en la vetusta biblioteca
bajo la cómplice mirada del Quixote.
viernes, 4 de julio de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario