viernes, 4 de julio de 2014

SUBLIME MEMORIAL OBSCENO


Las citas eran siempre al atardecer, después del horario de oficina. En su departamento. Tomábamos un café mientras conversábamos de las rutinas cotidianas y luego entrábamos en el túnel del deseo, sin mayores preámbulos. En el dormitorio, en la sala, o en la biblioteca. Era alta, espigada, de cabellos claros y aleonados, ensortijados, de piel pálida, de piernas largas y torneadas, y un hermoso cuerpo maduro, de rostro algo adusto, siempre serio. En verano, por el calor, preferíamos iniciar los juegos en la sala, ella se iba al dormitorio a desvestirse y yo me desnudaba ahí mismo, la esperaba senado en el sofá, desnudo, masajeando mi miembro a veces ya erecto. Entonces aparecía ella, con un pequeñísimo colaless, un brassiere y unos altos tacos agujas que realzaban aun más sus bonitas piernas, todo el conjunto era de un libidinoso rosado, inolvidable. Se sentaba a mi lado y comenzábamos a besarnos, a acariciarnos, primero con cariño, después con tierna y amistosa sensualidad, hasta que nos desatábamos y ella tomaba mi verga y la acariciaba, la masturbaba, la mamaba inclinada sobre mi pubis. Yo en tanto le sacaba el sostén y acariciaba sus pechos, apretaba sus pezones, los chupaba, la masturbaba introduciendo mis dedos bajo el pequeño triángulo de sus bragas, humedecía mis dedos en sus íntimos jugos y los paladeaba buscando extasiado su sabor de hembra en celo. Otras veces le pedía que se paseara por la sala para verla, para gozar esa gloriosa visión de una mujer en su plenitud sexual y masturbarme como un pajero voyerista compulsivo disfrutando ese cuerpo semidesnudo y alto caminando altivo y deseado. Cuando ya nos acechaba el vértigo del orgasmo y la eyaculación entrábamos en una intensa cópula de lujuriosos caracoles, allí mismo en la sala, o en el dormitorio, o alguna vez en la vetusta biblioteca bajo la cómplice mirada del Quixote.


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