viernes, 18 de julio de 2014

VI


Te vi hembra sobre el lecho deseada, engalanada por los insaciables de deseos de tu potro novio amante, vi tus pechos amplios como los altos plenilunios, vi tu boca en tus pezones y eran mis labios los que succionaban en una edípica idolatría incestual, vi tu vulva en un intenso rito penetrativo, vi tus glúteos abundantes y mullidos, vi tu rostro ruborizado por los arreboles de la desatada y sagrada lujuria, vi tus manos en tu sexo y en tus senos movidas por la sin cordura del momento que fue eterno en su intensidad majestuosa. Y fue develamiento y epifanía, fue un salir deshojado del letargo de los tiempos cuando vi tus manos abriendo para mí la madura flor humedecida en su íntima agua salvaje. Vi el ídolo vicario entrando penetrando entre densas desesperaciones, excitantes demostraciones, y lúbricas exhibiciones, lo vi insertado en libidinoso y obsceno y sublime ceremonial de ninfa poseída por los furiosos oleajes de mis ojos extasiados, hipnotizados en la visión de una cópula consumada lado a lado del impenetrable cristal. Fue como ver una flor en su propia primavera abrirse al alado insecto que la polinizará en un ceremonial de vuelos y zumbidos, sin tocarla, solo con el tenue vaho del rocío que trae desde solitarias madrugadas. Y sentí vértigo y eyaculé, porque mis ojos habían visto esa ceremonia pervertida y enviciante cuya visión desean los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el origen del mundo (i). Eyacule con veneración sobre tu piel estremecida acesante, en tu cuerpo estremecido al borde del orgasmo, y escurrió mi semen por tus ingles, surcó los pliegues de tus rosados pétalos carnales y se derramó lentamente sobre mi mano.

(i) Paráfrasis del fragmento “y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.”, de El Aleph, de Jorge Luis Borges.


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