Te vi hembra sobre el lecho deseada,
engalanada por los insaciables de deseos de tu potro novio amante, vi tus
pechos amplios como los altos plenilunios, vi tu boca en tus pezones y eran mis
labios los que succionaban en una edípica idolatría incestual, vi tu vulva en
un intenso rito penetrativo, vi tus glúteos abundantes y mullidos, vi tu rostro
ruborizado por los arreboles de la desatada y sagrada lujuria, vi tus manos en
tu sexo y en tus senos movidas por la sin cordura del momento que fue eterno en
su intensidad majestuosa. Y fue develamiento y epifanía, fue un salir deshojado
del letargo de los tiempos cuando vi tus manos abriendo para mí la madura flor
humedecida en su íntima agua salvaje. Vi el ídolo vicario entrando penetrando
entre densas desesperaciones, excitantes demostraciones, y lúbricas
exhibiciones, lo vi insertado en libidinoso y obsceno y sublime ceremonial de
ninfa poseída por los furiosos oleajes de mis ojos extasiados, hipnotizados en
la visión de una cópula consumada lado a lado del impenetrable cristal. Fue
como ver una flor en su propia primavera abrirse al alado insecto que la
polinizará en un ceremonial de vuelos y zumbidos, sin tocarla, solo con el
tenue vaho del rocío que trae desde solitarias madrugadas. Y sentí vértigo y eyaculé, porque mis ojos habían visto esa ceremonia pervertida
y enviciante cuya visión desean los hombres, pero que ningún hombre ha mirado:
el origen del mundo (i). Eyacule con veneración sobre tu piel estremecida acesante,
en tu cuerpo estremecido al borde del orgasmo, y escurrió mi semen por tus
ingles, surcó los pliegues de tus rosados pétalos carnales y se derramó
lentamente sobre mi mano.
(i) Paráfrasis del fragmento “y sentí vértigo
y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo
nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible
universo.”, de El Aleph, de Jorge Luis Borges.
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