jueves, 3 de julio de 2014

DESTIEMPOS DE LA (OTRA) ROSA DEL OTOÑO


El su tenue rosado pálido casi invisible la última rosa del otoño con sus pétalos a punto de caer derrotados por el invierno observa inquieta la ceremonia nupcial que abarca el entero día en horario de oficina. La medias oscuras, los tacos no muy altos, negros lustrosos, fetiches, objetos de culto de una sexualidad latente, las pierna envueltas en sedoso humo, cruzadas, juntas, desde atrás inclinada, negra falda corta en su fúnebre erotismo, en su implícita tentación, en su salvaje incitación, y yo casto imperturbable sometido a su exhibicionismo, mártir y ángel impuro, la blusa de seda gris perla, abotonada, los pechos grandes sobresalientes como las mullidas cornisas de un abismo que cae a las profundidades de un dulce infierno. Miro sin mirar, observo escondido, sigiloso, como avergonzado de estar ahí mirando, espiando, imaginando. Solo quisiera poner mi mano en una de sus rodillas sobre el delicado nylon gris humo, y sentir ese calor ajeno, esa tibieza sensual, y subir mi mano con lentitud de caracol ebrio de intensas sensaciones por el interior de su muslo, lento muy lento para que el tiempo no acabe nunca, para que el placer de sentir se convierta en un goce sexual pervertido, fetichista, inacabable, infinito, nada más nada menos. La visión es persistente, reiterativa, en intervalos al azar de su misterioso coqueteo, a veces instantánea, otras cruelmente demorada, siempre al borde de la negra falda negra a medio muslo, y yo atrapado en la red de su excitante juego de no ver lo visto, de olvidar de inmediato la sensual revelación cegado por el destello lujurioso, por el debido recato o por el obligado respeto, acaricio esas piernas enfundadas en el nylon tejido por los demonios, las acaricio de mentira, desde lejos, siempre al alcance de mis manos pero lejos de mis obscenos deseos.


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