Ella sentada a su lado separa sus piernas. Él
se lleva el índice a su boca y lo unta en abundante saliva, lo lleva a la boca
de ella y recorre sus labios con la yema del dedo, lo desliza hacia abajo, por
su barbilla, por su cuello, por el canalillo entre sus dos pechos, llega a su
estómago, circunda el hueco de su ombligo, sigue más abajo por el vientre, el
pubis, y al fin siente la suavidad de sus breves bragas. Recorre el borde
superior, con la yema de su dedo, recorre los bordes de cada una de las ingles.
Ella está en bragas, en manos de él, que manosea su cuerpo sin ningún pudor y
con toda la parsimonia del mundo. Siente cómo la yema del dedo índice de él recorre
ahora la zona húmeda de sus bragas, cómo se desliza por encima de los pliegues
de sus labios vaginales, cómo los identifica uno por uno, y ella cada vez está
más abierta, cada vez empuja más sus caderas hacía ese dedo invasivo, cada vez
necesita más intensidad en el roce. Él quiere ponerla caliente, sí, quiere
ponerla ansiosa, simplemente él es así. Pero ella empieza a estar en ese punto
en que va a pedirle que le arranque las bragas de un tirón, y se lo dice, como
puede, entre suspiros y quejidos, y él, que ha llegado a colocar la yema de su
dedo índice sobre el botoncito que buscaba, mueve su dedo muy rápido, y ella se
tapa la boca para no gritar por la sorpresa y el súbito placer. Y como él sabe,
porque lo está tocando, lo mojada que está ella, de un movimiento rápido se
arrodilla entre sus piernas y aparta a un lado sus bragas. Ella resopla al ver
cómo él se está relamiendo, anticipando lo que va a ocurrir, y mete su puño en
su boca para silenciarse en la medida que pueda. Y él da un gran lamido
recorriendo toda su vulva sorbiendo ese licor, zumo, jugo de vulva, con la
lengua plana, aplastando los pétalos vúlvalicos, da otro lametón punzando con
la punta entre ellos, y tras varios lamidos más ya es su lengua la que busca sola
los lugares que supone que ella prefiere. Y cuando tiene la lengua empujando
hacia arriba la caperuza de su clítoris ella susurra que no puede más, que
tiene que orgasmar, y él mantiene su lengua haciendo varios círculos sobre el pequeño
y sensible capullo, mientras las caderas de ella saltan al ritmo de su placer,
y en pocos instantes se queda relajada, derrumbada, con las piernas abiertas y
su vulva goteando su densa saciedad.
miércoles, 23 de julio de 2014
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